Llevamos
cruzándonos en un paseo matutino de vacación veraniega, como siete u ocho años,
y desde los primeros días nos saludamos e intercambiamos corteses, discretos
diálogos más o menos circunstanciales.
Desde
el principio él apareció con paso lento de convaleciente, tenaz y fiel a su
diario ejercicio. Seguro que notaba benéficas compensaciones, aunque no fueran
muy aparentes. No podría decir, la verdad, si su paso mejoraba.
Esta
vacación, al final de la primera semana, lo eché en falta.
Pero
reapareció por fin y, aunque su paso lleva ya plomo, se ha hecho el trayecto de
punta a punta; como siempre; todos los días.
Se
echó encima el final de agosto y en el diario cruce me dijo:
-Pasado
mañana nos vamos-habla muy bajito y con cierta dificultad. Y añadió:
-¡A ver si lo repetimos!
-¡Eso,
eso! ¡Seguro que sí!-exclamé jovialmente.
Y
seguí mi paseo, pero un tanto taciturno. Porque -¡demonios!-mi paso no es el
que era.