El hombre es un animal de
costumbres, qué duda cabe. Pocas máximas habrá tan constatables como esta. He
estado leyendo estos días una novela inglesa enmarcada en los años treinta del
siglo pasado, y me ha divertido observar la amplia gama de rutinas y hábitos y
prejuicios que inspiraban el día a día de aquella sociedad. Pero podría con un
poco de empeño rastrear una paralela dependencia de la sociedad española de
aquel tiempo.
Desde entonces se han perdido desde
luego bastantes costumbres y gustos, pero hemos adquirido otros nuevos que
vivimos con la misma asiduidad y fruición.
Se me han ocurrido las anteriores
las divagaciones a propósito de ese pasatiempo tan celtibérico de “tomar algo”.
“¿Tomamos
algo?”. “¿Vamos a tomar algo?” En nuestro día a día son proposiciones que
suenan aquí y allá con frecuencia.
El español es feliz “tomando algo”:
cerveza, vino, café, normalmente en compañía; y también solo. Y puede sin duda
opinarse que es una afición antieconómica e improductiva. Pero, oiga, y los
miles y miles de puestos de trabajo de variada clase que conlleva el
mantenerla. ¿No será el ocio aquí un buen negocio? ¿Y qué pasaría si nos
volviéramos más diligentes y echáramos más horas de labor que de “tomar algo”? Que
nuestro PIB se resentiría, no me cabe la menor duda…