En
términos aproximados, entiendo que la izquierda defiende una política
progresista, mientras que la derecha sostiene una política conservadora.
El ciudadano de derechas ve
arriesgado transformar lo que funciona y le conviene, mientras que el ciudadano
de izquierdas persigue el cambio del sistema vigente en aras de un beneficio
más social y equitativo.
Hay en la izquierda una
reivindicación esencialmente ética, mientras que la derecha se aferra a
posiciones de solidez utilitaria y funcional, siempre provechosas para un
sector de la población más o menos pudiente. La peor suerte de la gran mayoría
se tiene por natural. “Siempre ha habido ricos y pobres”.
Y en la secular dialéctica entre
ambos contendientes, la izquierda se alza
de manera natural con un halo de justicia y equidad, quedando la derecha un
tanto vergonzante, si bien le queda recurrir al santo amparo eclesial.
Pero es seguramente mucho menos
conflictivo profesar de derechas que de izquierdas, donde la conciencia de
pureza obliga por encima de toda opinión que pueda oler, si quiera remotamente,
a derechismo. Ser tachado de derechista produce pavor. Antaño cundió también el
irracional orgullo de los “cristianos viejos” y de la “pureza de sangre”.