martes, 17 de diciembre de 2019

EL "SUICIDIO" DEL PP

Para Pablo Casado, el presidente del PP, facilitar la investidura de Pedro Sánchez está fuera de lugar. Sería insensato, sería un "suicidio" de su propio partido, del PP. Cuando se comete suicidio se termina con  la existencia de uno mismo, en este caso el PP. Al perecer así, por dar una oportunidad al PSOE, el PP está implícitamente admitiendo una naturaleza de carácter negativo. Su razón de ser se basaría en una radical hostilidad hacia el PSOE, sin lugar a colaboración o coincidencia de ninguna clase. Mire, no puedo colaborar con usted: para la formación de un gobierno, por ejemplo, porque machacarle es lo que me da la vida, toda la vida, no tengo otra. 

miércoles, 11 de diciembre de 2019

ACOSO ESCOLAR

Se trató este tema anteayer en el espacio Hoy por hoy de la cadena SER, que lleva Àngels Barceló. Se comentaron diversos aspectos del problema, saliendo a relucir lo difícil que es a veces detectar este "virus" en los centros de enseñanza, así como el ponerle remedio. Los mismos profesores, en contacto directo y asiduo con los alumnos pueden permanecer en la inopia de un abuso sicológico que puede estar dándose a su lado. Las torturas mentales pueden ser extremadamente sutiles e hipócritas, aunque también las hay groseras y violentas. Por otro lado, no siempre los victimarios son los alumnos: ¿es que no hay profesores mordaces, sarcásticos y despectivos, con algunos o todos los alumnos de su clase? Siempre los ha habido. Como a la inversa, profesores blanco de la mofa más o menos abierta de los alumnos. Y yo oí hablar todo el tiempo en la aludida tertulia radiofónica de acoso entre alumnos, pero ¿es que no se da entre chicas también? ¿Y no es a veces alguien acosado tanto por compañeros como por compañeras?

domingo, 8 de diciembre de 2019

EL CASTIGO SIN VENGANZA

de Lope de Vega, tal y como está montado en el teatro La Comedia, de Madrid, fue para mí el otro día un castigo. Lo digo por la sobreactuación de los actores. Abusaron del énfasis, de los gritos de las carreras  y de los gestos desaforados para decir las cosas más simples, aunque lo peor fue cuando expresaban pensamientos o sentimientos tan atropelladamente que el cerebro del espectador no tenía capacidad para registrar y procesar. Por lo visto la consigna de la dirección era que había que mantener una constante de ruido, tensión y pasmo. Afortunadamente hubo unas escenas principales, que aunque no totalmente siempre, se interpretaron con relativo mesura expresiva, salvándose así el meollo argumental de la obra. Pero la verdad, yo particularmente, salí como vareado, y al mismo tiempo perplejo y contrariado. A mí me habría gustado ver una obra de Lope de Vega de la manera más ajustada posible al tempo y manera en que la concibió él. Y algo más, me pareció que los actores pocas veces eran conscientes de que estaban hablando en verso, y que en él las palabras figuran en una simbiosis de musicalidad y significado. Otra cosa es maltratar la creación artística del autor.

viernes, 22 de noviembre de 2019

ANTIBANCOS

No, no me refiero a los bancos de dinero, sino a los bancos de sentarse, y más exactamente, a los bancos públicos de sentarse.
Fueron concebidos, qué duda cabe, para descansar, para que el cuerpo humano se reponga de la fatiga de andar o simplemente de estar de pie. Todavía se ven estos bancos. Son de madera, con  asiento ancho y alto e inclinado respaldo. Hay gente, jubilada mayormente, que se pasa en ellos horas. En ellos leen, conversan, toman un tentempié, hablan por el móvil, esperan, contemplan el tráfago callejero, sueñan, dormitan, y siempre descansan.
Pero alguien, algunos, los que mandan poner bancos públicos, decidieron un buen día que ya estaba bien de regalar comodidad a los ciudadanos, y entonces cayeron en la idea de los antibancos, bancos para que la gente no descanse, para que, sufriendo. no se pare mucho tiempo en un mismo sitio. Es el cometido que tienen asignado los duros, fríos, helados bancos de piedra. De los que no se sabe cuáles son más dañinos, los que tienen respaldo, que te castigan la columna, o los de asiento pelao que te joroban la espalda. Son matadores los bancos de piedra, más que los de hierro, que también se las traen. Ambos son también criminales para los indigentes que no pueden permitirse dormir bajo techo, aunque también se pueden ver antibancos  ideados  seguramente contra ellos. Son los que no son corridos, sino formados por varios asientos individuales curvos, alineados, de manera que no pueda descansar sobre ellos el cuerpo humano. Finalmente me vienen a la cabeza unos bancos que no llamaría antibancos, sino seudobancos, con tan caprichoso diseño, que más bien sirven para mostrar la originalidad del urbanista, que para sentarse. 

viernes, 15 de noviembre de 2019

LA VOZ DEL POEMA

El poema tiene voz, pero la voz del poema no es la del poeta. El poeta declama, recita, lee en alta voz, pero esta voz no es nunca la del poema. Ninguna voz es la del poema, que la tiene en exclusiva e intransferible. El poeta recita su poema, y nadie como él siente la intención de cada palabra que lo compone, hasta el punto de que se cree fiel transmisor de la voz del poema, pero el poema sabe que esa no es su voz, por muy hijo que se sienta del poeta. Tampoco la voz del rapsoda es la del poema. Es una voz rica en matices y musical, con más encanto que la del poeta, pero no es la voz del poema. ¿Y cómo se oye la voz del poema? Muy sencillo, leyendo la letra del poema. En la letra, en la grafía, está el milagro de su música y su dicción, fundidas. Captadas éstas en una o más lecturas, toda recitación quedará siempre por debajo, incluso la del propio poeta. En resumen, el poema, sobre todo el gran poema, no nos habla con la voz del poeta, sino con la voz que éste le infunde.


jueves, 31 de octubre de 2019

EL TEATRO

El teatro nos eleva, nos remonta. O mejor dicho, eleva la realidad. Nosotros, espectadores, nos sentimos instintivamente desgajados del monótono y a veces sombrío vivir cotidiano. Nada más ver el escenario, antes de que comience la función, ya empezamos a sentirnos enajenados, más o menos cautivos de unos sucesos desconocidos. Se alza el telón y automáticamente nos sentimos arrebatados por ese mundo -o más bien ultra mundo- que se ubica en el escenario. Comienza la acción y la vivimos cien por cien, desde la comodidad de nuestro asiento, seguros de que por muy trágica que sea la historia, no es nuestra. Vamos a sufrir o vamos a divertirnos, pero sin implicarnos, sin comprometernos. llegamos al final, se encienden las luces, aplaudimos a los actores que nos han hecho sentir emociones de variada índole, pero sin vivirlas. Nos alzamos de nuestros asientos, ya estamos de vuelta en el mundo real, pero con una sensación de alivio, de haber pasado un rato libres de sus ataduras. Y los actores ya se retiran, la ficción se ha acabado, regresan también al mundo real, van como destronados. 

miércoles, 9 de octubre de 2019

LA FLORA PIJO

No está en el Diccionario de la Real Academia Española, edición, 2006, que es la que yo tengo encima de mi mesa, la acepción de "pijo" que utilizo aquí.
Los pijos a que me refiero (también "pijas", por supuesto), se notan en el vestir pretencioso y en el habla fantasiosa, perlada de delirios de grandeza. Hubo unas décadas de posguerra civil española en que los pijos pululaban por precisos barrios de las ciudades. Entre ellos se reunían, alardeaban de infladas grandezas, bebían y se emparejaban. 

 Pero ¿qué ha sido de ellos? ¿Adónde fueron a parar? Las luces de la democracia parece que los ahuyentaron. Abandonaron sus plataformas favoritas, ya hasta los hemos casi olvidado, aunque de vez en cuando los recordamos, porque algún pijo se ve todavía donde solía parar. Y no es que sean longevos especímenes supervivientes, pueden ser relativamente jóvenes, personas que no conocieron la edad de oro de su especie, pero que no obstante la perpetúan. El pijo es una flora que brota habiendo terreno abonado, y éste no falta en los barrios suntuosos con establecimientos más o menos lujosos. Se le distingue por algún exquisito elemento de su atuendo. La verdad es que puede dar color al paisaje urbano, su medio natural. 

viernes, 4 de octubre de 2019

MI DIARIO

Estoy repasando mi diario, desde que empezó a ser digital, es decir, desde 2001, con vistas a su publicación. Cada día le dedico a la tarea de una hora a una hora y media. Y es un proyecto complicado. Hay anotaciones que pueden molestar, otras que pueden interpretarse torcidamente y, paralelamente, voy viendo, reviendo, escenas y situaciones que a veces me desasosiegan. Allá quedan arrumbadas para siempre en el desván del tiempo irrepetible, mientras  me encaran con unas facultades físicas y mentales, hoy en declive, y con un futuro que ya es “habas contadas”, para decirlo en llana lengua castellana.

jueves, 26 de septiembre de 2019

EN LA BIBLIOTECA NACIONAL

Qué pereza he venido sintiendo para retomar mi blog. Con los calores del verano se había evaporado toda mi inspiración. Bueno, pues ha sido retomar los hábitos interrumpidos y empezar a sentir las ganas lanzar al ciberespacio alguna ocurrencia. Como la que he tenido esta mañana en la Biblioteca Nacional, donde es preceptivo  depositar bolsos y carteras de mano en unas taquillas que se cierran con llave, echando una moneda de un euro. Cuántas veces he tenido que pedir cambio a otro lector, o me lo han pedido a mí. Siempre hay una persona amable que lo tiene, y nos saca del apuro. Un apuro que aceptamos como lo más natural, dando por sentado que es condición indispensable llevar una moneda de un euro para acceder a las salas de lectura de la Biblioteca Nacional. Nunca se me había ocurrido cuestionar dicha previsión. Tampoco hoy que, novedosamente,  me han preguntando:
-¿Lleva usted un euro?
-Sí, sí, no se me ha olvidado. ¿Por qué me lo pregunta?
-Es que mire,  ahora tenemos unas fichas que le prestamos y que le valen igual.
Qué sensación de gozo y alivio he sentido, y sobre todo de felicitación a la Biblioteca Nacional por saber y querer atender a sus lectores hasta en los pequeños apuros personales.



lunes, 12 de agosto de 2019

EL HECHIZO URBANO

Esta es una calle de mucho comercio. Y me voy cruzando con gente de toda edad y pelaje. En verano, en vacaciones, se ven muchos niños a rastras de sus mayores. Ahora me adelanta una señora con una niña de la mano, niña que va retozando, y al mismo tiempo mirando sus cabriolas en sucesivos escaparates. Es doble el gozo de la niña: sus saltitos y sus reflejos.
          Tiene la ciudad muchas incomodidades e inconvenientes de los que está libre, total o parcialmente, la vida en los pequeños municipios, en los pueblos estrictamente rurales. Los cuales atesoran entrañables encantos, pero no el del brillo de los escaparates.
          Echando la vista atrás, no logro visualizar ningún escaparate en el pueblo en que nací y me crié. Una o dos veces  al año íbamos a la capital, y allí, caminando por su avenida principal, era una fantasía, una vivencia mágica, ver el brillo de los escaparates, tanto a la luz del día como de noche, saludándonos siempre con el regalo de nuestra propia imagen.
          El atardecer, la caída de las sombras, incita en las zonas rurales  a la congoja. En cambio en la ciudad, las farolas y las luces de los escaparates escamotean aquel melancólico, imparable tránsito diario. Es un fanal la ciudad.

miércoles, 24 de julio de 2019

LA FOTO

Es una escena turística preponderante: turistas más o menos jóvenes haciéndose fotos con alguna referencia local al fondo, referencia que puede ser emblemática. O no tanto. El placer, el gozo con el que se recibe el disparo hace pensar que lo que  más importa es uno, esa imagen de ese momento al que se podrá retornar ya para siempre. En cierta manera se trata de una victoria contra el deterioro implacable que acarrea el paso del tiempo.
            La foto siempre ha sido una pasión del turista, Su imagen ha incluido durante bastantes décadas una cámara fotográfica colgada al hombro. En un principio fue un artículo caro, luego se hizo cada vez más accesible, y siempre había que llevar a revelar la película. Y llegó el móvil y este paso dejó de ser imprescindible. El dispositivo capta la imagen, la guarda y hasta la archiva ordenadamente.
            En el móvil llevamos la pervivencia del presente, del instante, la derrota del olvido, por decirlo de alguna manera. Es llamativa la euforia con que los turistas registran sus visitas, siempre incluyéndose ellos mismos en la imagen. Uno se hace creador y protagonista.
            En la prehistoria de la fotografía, había profesionales que hacían fotos en momentos significativos  De infante, con sus padres. De adolescente. Enfundado en algún uniforme militar o civil. De moza o mozo casaderos. En pareja el día de la boda … Las fotos iban perpetuando así las sucesivas etapas de la vida del ciudadano.
            Había quien llevaba en su cartera una foto suya que mostraba con orgullo. También quien regalaba su retrato a algún ser querido.
            Y muy divertidas, por cierto, eran las “fotos al minuto”, que hacía un señor que metía la cabeza en una especie de bolsa antes de disparar, y luego las fotos las remojaba en un cubo con agua. Nada de esta gracia tenían las cabinas que vinieron después, donde uno se metía y echaba unas monedas y todo el proceso se realizaba misteriosa y mecánicamente.

jueves, 27 de junio de 2019

CUÁNTO PERRO

Miércoles, 26-6-2010
          Son las 10 de la mañana, voy caminando por la calle Núñez de Balboa –arteria del barrio de Salamanca de Madrid. acera de la sombra (se anuncia una ola de calor) hacia el Ateneo. Me cruzo con varias personas paseando perros. Llego a la calle Alcalá, y de un imponente portal veo emerger a un señor tirando de dos perros.
          ¿Más perros cuanto más boyante es el barrio? En estos distritos veo a veces sirvientas paseando perros. Qué atrás quedan los tiempos en que las sirvientas paseaban niños, y precisamente se llamaban “niñeras”.
       Y las niñeras iban uniformadas.  Hoy todavía se ve, rara vez, alguna sirvienta uniformada por esos barrios urbanos de rentas altas.
          Pero sí que abundan ancianos impedidos, la mayoría en sillas de ruedas empujadas por jóvenes brazos alquilados.

viernes, 21 de junio de 2019

CARTERAS MINISTERIALES

El líder de Podemos,
que coleta lleva  
y Pablo Iglesias se llama,
por apoyar a Pedro Sánchez,
carteras  exigía.

Tenemos vocación de mando
y tenemos muchos escaños,
Pablo Iglesias argüía.
Pero sólo puestos de menor
rango, don Pedro le ofrecía.

Y decían los malpensados:
en el Consejo de Ministros,
un ministro con coleta,
nota discordante sería


martes, 11 de junio de 2019

AL PIE DE LA ALHAMBRA (1951) -7

6. Fin de curso              

Y llegaron los primeros calores, empezaron a celebrarse exámenes de finales de curso, y la ciudad fue perdiendo animación y vitalidad. Mi estancia debió durar hasta finales de junio, desaparecidos ya los tropeles de estudiantes que a diario transitaban a o desde las facultades a horas regulares. Aquel bullicio se había transmutado en un tranquilo, perezoso hormigueo de granadinos fijos.  Era Granada a medio gas.
En física y en matemáticas coseché calabazas, y en química y biología sendos aprobados. No era un resultado para echar las campanas al vuelo, pero teniendo en cuenta que me había incorporado a las clases con tres meses de retraso, podía darse por aceptable, y así lo vio algún compañero que me animó a regresar el curso siguiente.
Pero yo ya tenía decidida la renuncia y el plan a seguir. Yo ya sabía que lo mío eran las letras, en las que sí que me ilusionaba graduarme. Claro que mi problema económico seguía siendo el mismo, necesitaba una beca o algún tipo de ocupación remunerada que me permitiera dedicarme al estudio, un ingreso fijo, fiable y mínimamente suficiente. La azarosa precariedad de mi estancia en Granada no me apetecía repetirla.
¿Qué hacer? ¿Por dónde encaminarme? Una vía se había abierto por sí sola unos meses antes. La Marina Española me comunicó que se aproximaba la fecha en que tenía que incorporarme para cumplir el período de servicio militar obligatorio. Entonces, acogiéndome a la normativa vigente, pedí una prórroga por estudios hasta el mes de julio.
A partir de entonces tendría techo y sustento asegurados durante dos años, más posibilidad de destino en el Ministerio de Marina, en Madrid, ciudad en la que confiaba  abrirme paso.
Reintegrarme al núcleo familiar, tratar de radicarme en Almería con paciencia y prudente realismo, como la mayoría de jóvenes de mi nivel económico, es algo que nunca me tentó. Porque además de aspirar a hacer estudios superiores, yo soñaba con viajar, con conocer mundo. La sola idea de echar tan joven raíces en mi ciudad, entonces tan aislada, tan pacata y tan levítica, me desolaba.
Así que, un día de finales de junio debió ser, todavía con las cumbres de Sierra Nevada pintadas de blanco, me encaminé por la frondosa avenida del Triunfo hacia la estación del ferrocarril, para ir a pasar con mi familia en Almería, los días que me quedaban antes de incorporarme a la Marina. Atrás quedaban los entrañables tranvías, las aguas del Darro y el Genil y las estrechas, sombrías calles del meollo histórico, tan acogedoras. Sería lo que más me ilusionó reencontrar quince años después, cuando regresé a Granada para ejercer de catedrático de lengua inglesa en el Instituto de Segunda Enseñanza, Ángel Ganivet.

lunes, 10 de junio de 2019

SENTIR EL TIEMPO

En la ciudad, sobre todo por las tardes, las terrazas se llenan de gente. Allí se habla, se come, se bebe y se ve pasar gente por la acera y coches por la calzada. Por detrás, discurre el tiempo, que se siente más o menos claramente. Sentir el tiempo es sentirse vivo.
No es lo mismo escuchar la radio o ver la televisión. Aquí uno entretiene el tiempo, pasa el tiempo. En las terrazas uno es también partícipe, partícipe del vivo espectáculo de la calle.  Es, según un dicho, "estar en la pomada". 

sábado, 1 de junio de 2019

AL PIE DE LA ALHAMBRA (1951) -6

7. El bullicio estudiantil         

          En aquella Granada era muy visible y notable la población universitaria. No conozco las cifras pertinentes, pero en mi recuerdo debían ser altas, lo que se corresponde con el hecho de que en toda Andalucía sólo existían dos universidades: Granada y Sevilla, más una facultad de medicina en Cádiz
Los estudiantes, alojados en pensiones, residencias y casas particulares, contribuían visiblemente a la economía de la ciudad. Llamaba la atención la gran cantidad de anuncios de hospedaje que colgaban de fachadas y balcones, y así mismo la abundancia de casas de comidas, tanto en la calle San Juan de Dios, como en San Antón, Mesones y el núcleo circundante a Bib Rambla.
          En el clásico paseo vespertino de los domingos, entonces mayormente en la calle Reyes Católicos, los estudiantes participaban en buen número, aportando vitalidad y algazara.
Otro trabajillo que tuve, ya en el último trimestre del curso, y éste sí que lo atendí puntualmente por ser por las tardes, fue una clase particular de bachillerato en el barrio del Albaicín a una chica, hija de un suboficial del ejército. La clase me la proporcionó Paco Beltrán.
Paco Beltrán, paisano, vecino, condiscípulo y gran amigo, se hallaba en Granada, luchando heroicamente contra su carencia de medios para cursar la carrera de medicina. Pero él se había instalado bastante mejor que yo. Alistado como voluntario al Ejército, había logrado destino en unas dependencias militares ubicadas en la ciudad, donde disfrutaba de  albergue y manutención, y horas libres para asistir a sus clases.
          A Paco Beltrán, plenamente consciente de mis carencias, le debo la cena de algunas noches. Recuerdo que yo silbaba bajo la ventana de su cuartel, y al poco él bajaba con una ración del rancho consumido allí aquella tarde.

sábado, 25 de mayo de 2019

AL PIE DE LA ALHAMBRA (1951) -5

6. Granada en conserva.

          Hay sensaciones que no se pueden explicar hasta pasados muchos años. Yo estaba residiendo en una ciudad más rica, más desarrollada y mejor equipada y dotada que la modesta Almería que había dejado atrás. Y sin embargo, algo me estaba apuntando a que, de alguna manera, había cruzado el umbral del tiempo hacia atrás. 
Tomada por los sublevados en los primeros momentos, Granada dejó de ser republicana tres años antes que Almería. De alguna manera los usos y normas de la España nacional católica, estaban allí como más consolidados, como si hubieran estado vigentes desde siempre.
          Cuánto me llamaba la atención una escena concreta que se producía en la plaza de la catedral los domingos a mediodía, cuando con ocasión de la misa mayor se congregaban allí varios grandes automóviles, pulcros, relucientes, poderosos.
          Eran conocidos sus dueños: los Mengánez, los Perengánez, los Zutánez, quienes se hacían conducir por sus chóferes desde sus domicilios, algunos a pocos minutos a pie de la catedral.

viernes, 17 de mayo de 2019

AL PIE DE LA ALHAMBRA (1951) -4

5. ¡Gibraltar, español!

El SEU, Sindicato Español Universitario, era la asociación oficial de estudiantes, dentro del organigrama falangista, la única permitida, y a la que se pertenecía obligatoriamente.
          El SEU poseía un comedor que ofrecía a los estudiantes comidas económicas, pero para mí más caras que comprarme algunas vituallas y comer de bocadillo en mi habitación. Por eso, me estremecí de interés cuando un paisano encontrado al azar, me informó que el SEU concedía ayudas de comedor a estudiantes pobres.
          El comedor del SEU en Granada estaba en un piso de la calle XXX, a dos pasos del edificio central de la universidad, en el corazón de la ciudad; y allí localicé al jefe del distrito granadino, un estudiante de medicina, aproximadamente de mi edad.
          Me escuchó comprensivamente y, lamentando que ya estaban todas las ayudas para aquel curso concedidas, me ofrecía no obstante una media beca: es decir, una comida gratuita al día, que podía ser almuerzo o cena. No solucionaba mi problema de subsistencia, pero me aseguraba una mínima sustentación, así que, muy agradecido, desde aquel día empecé a hacer uso de la ayuda ofrecida.
          Allí comía también mi benefactor, con el que a veces coincidía, y recuerdo que un día que vino ataviado con la camisa azul de la Falange, se alzó de su asiento, requirió silencio y nos dirigió una ardorosa arenga: nos convocaba para asistir a una manifestación contra los indignantes agravios perpetrados en aquellos días por la “Pérfida Albión” en la frontera de Gibraltar. Como españoles, como universitarios y como miembros del SEU, era nuestro deber no faltar a la cita, que iba a tener lugar en todas las ciudades de España.
          Mis ojos se cruzaron con los suyos, negros, brillantes, intensos. Fue un instante, yo bajé la vista inmediatamente. Aquella tarde, recuerdo, lo pasé mal, ya que yo sí que me sentía solidario con la reivindicación española del Peñón de Gibraltar, y además le estaba muy reconocido al jefe del SEU de Granada por la ayuda concedida, pero todo lo que se relacionaba con la Falange, todo lo que procedía de aquella imperante ideología, me producía una honda desafección. Dudé, y terminé por ser sincero conmigo mismo, no acudiendo a la llamada.
          ¿Pero cómo transcurrió el acto? ¿Qué respuesta hubo? Son preguntas que después de más de medio siglo le hice a un amigo de la infancia, Manolo Fuentes, entonces estudiante de medicina en Granada, quien sí estuvo presente. “Fue una manifestación masiva”, me aseguró.
          Por cierto, el aludido jefe del SEU era compañero y amigo de Manolo, según me contó éste el verano pasado, así como que aquél llegó a catedrático de universidad.  Me dijo que había fallecido hacía poco y hasta me dio el nombre y apellidos, con los que no me he quedado-quizá por una instintiva resistencia a alterar el venerable archivo de la memoria.
 Manolo Fuentes vivía con su familia en Granada, donde su padre, don Antonio, poseía una farmacia.
       El farmacéutico Antonio Fuentes y el maestro Juan Siles, mi padre, habían sido muy amigos, lo que me dio pie para visitarle y hablarle de mi situación. Y no me escuchó sin simpatía. A los pocos días me puso en contacto con un amigo suyo, un perito agrícola creo que era, funcionario del Catastro provincial.
          En aquellas oficinas ocupé mesa al lado de un joven de figura famélica, sentado frente a unos ficheros, de los cuales me cedió uno o dos con aire de desolación, lo que al instante comprendí. Aquellos ficheros eran la fuente -modestísima- del estipendio que cobraba y que yo ahora venía a compartir.
          En suma, las sobadas tarjetas anilladas registraban la descripción y lindes de las fincas rústicas de Granada: una información que los campesinos necesitaban a veces consultar a efectos de ventas, compras, herencias, etc. Se les leía el registro solicitado, creo que les dábamos una breve nota, y a cambio recibíamos “la voluntad”, una propina, siempre modesta, que era consuetudinario dejar.
Estaba el Catastro, muy cerca de mi pensión, me parece que al final de la Gran Vía (en un piso alto), pero como sus horas de oficina eran sólo por la mañana, coincidían en gran parte con mis clases en la universidad, a las que procuraba no faltar. 

jueves, 9 de mayo de 2019

AL PIE DE LA ALHAMBRA (1951) -3

4. Granada no paraba

          En Granada me fascinaron siempre sus ríos, el Darro y el Genil, especialmente éste, a cuya ribera me acerqué con frecuencia para ver correr y rizarse con ímpetu y estruendo sus aguas, sin vacilar, infatigable y ciegamente desbocado.
          Yo no había visto nunca un río con agua todo el tiempo, agua que baja, inagotable, de alguna fuente lejana. En Almería hay un río mayor y hay una rambla-bueno, más de una-que normalmente son cauces secos, siempre, casi siempre a la espera de que llueva para encauzar el agua hacia el mar. Son como desagües de las turbulentas avenidas procedentes de las sierras cercanas.
          Otra extrañeza provenía de que al parecer me había traído conmigo el mar, porque miraba hacia el fondo de las calles rectilíneas y no lo veía.          
Yo ya conocía Granada, aunque escasamente. La primera visita la hice en junio del 48, para someterme al famoso Examen de Estado, o Reválida, que era indispensable aprobar para ingresar en una facultad universitaria. Me suspendieron en el examen escrito, en la prueba de matemáticas-un problema que no supe resolver-y en septiembre regresé y superé por fin la prueba escrita y la oral.
          Ambas estancias en Granada fueron de unos pocos días, y no me dieron ocasión más que para maravillarme de la ciudad en su conjunto. Visité la Alhambra, asombrándome de sus frondas y sus veloces aguas y sus vistas, un regalo para los sentidos, un paraíso materializado, un sueño edénico, ajeno a la realidad de la ciudad, que se extiende a sus pies y que a mí sobre todo me interesaba. Me embargó desde el primer momento la sensación de que Granada nunca paraba. En sus entrañas circulaban de día y de noche sus tranvías, estrepitosos, dominantes, ensordeciendo las conversaciones y haciendo temblar los cristales. En el cauce de la calle se iba diluyendo el estruendo, pero nunca del todo, que otro tranvía empezaba a oírse in crescendo.
          Eran los tranvías como amarillos vagones ferroviarios que corrían sueltos por el Triunfo, San Juan de Dios, la Gran Vía, Reyes Católicos, Puerta Real… La Bomba y el Triunfo eran los dos puntos extremos, y en Puerta Real, creo recordar, coincidían los que enlazaban con los pueblos.
          Yo caminaba normalmente hasta la universidad, que distaba de mi pensión como unos diez minutos, pero a veces hacía uso del tranvía por diversión, porque me encantaba viajar en aquellos artefactos.
Una tarde estuvo suspendido el paso de los tranvías por el centro de la ciudad. Tuvo lugar un desfile de carrozas, celebración de alguna festividad, quizá Santo Tomás, el Día del Estudiante. Las montaban estudiantes, muchos ataviados de acuerdo con la carrera que estudiaban: el médico, el abogado, el científico. Pasaban desaforados, histriónicos y claramente avinados. Era una explosión muy comprensible en aquella sociedad encorsetada por rígidas normas y usos.
De diferente carácter fueron unas jornadas turbulentas un poco antes de mi incorporación al curso escolar. Había habido duros choques entre estudiantes y la policía. A pedradas habían combatido los primeros, causando destrozos en alguna facultad.

jueves, 2 de mayo de 2019

AL PIE DE LA ALHAMBRA (1951) -2


1.   Un becario en Granada

A principios de enero de 1950  me apeé en la  estación ferroviaria de Granada, procedente de Almería capital. Venía con la determinación de iniciar la licenciatura de ciencias químicas.
Me atraía especialmente la rama de física química y la física del átomo. Soñaba con llegar a ser un científico de renombre. Yo tenía entonces veinte años.
Para subsistir en Granada había conseguido una beca de la Diputación de Almería, pero la concesión no se había producido hasta hacía unos días. Y de ahí mi retraso, el curso había empezado en septiembre.
Me habían adjudicado la beca, pero el libramiento quedaba pendiente, y ni siquiera se habían comprometido a una fecha, así que de momento tenía que tirar de mi propio bolsillo.

2. La pensión San Carlos

Me instalé en una pensión de la calle San Juan de Dios,  San Carlos se llamaba, donde ya había parado cuando vine a examinarme del Examen de Estado. Allí los huéspedes estaban a pensión completa-los menos-o a simple alojamiento.
          Era desde luego un albergue muy barato, pues me recuerdo comiendo allí unas semanas, hasta que agoté mi dinero y pasé al régimen de solo habitación, que incluía el lavado de ropa.
          Mi habitación la compartía con un joven algo mayor que yo, quien sólo venía a dormir, y  los fines de semana desaparecía. No logro recordar a qué se dedicaba, ni tampoco se me ha quedado su nombre.


3. Mis clases.

          En seguida me incorporé a las clases del primer curso de ciencias químicas, que tenían lugar en el edificio central de la Universidad. Las asignaturas a aprobar eran física, química,  matemáticas y biología.
          A primera hora teníamos la clase de química, a cargo del profesor Rancaño, un venerable catedrático que explicaba con claridad y sencillez. Por algo su aula estaba siempre llena. Con el estudio y las clases de química disfruté desde el inicio hasta el final del curso.
          En cuanto a las disciplinas de física y matemáticas, las seguía muy mal, y cada vez se me fueron poniendo más cuesta arriba. Quizá el haber empezado aquellas clases con un trimestre de retraso me creaba el problema.
Pero ¿por qué unas asignaturas las entendía y disfrutaba estudiándolas, mientras otras me resultaban un calvario? Yo me achacaba el fracaso a mí mismo, a mi propia ineptitud, nunca se me ocurrió atribuirlo a los profesores respectivos. El dómine entonces era un profesional indiscutible, en plena posesión de su ciencia y del arte de enseñarla. Si el alumno no seguía sus disertaciones, ese era su problema. Pedir la aclaración de un concepto, manifestar no haber entendido una explicación, una impertinencia, una ofensa.
Con la asignatura de biología, que impartía una señora de  porte modesto y algo más que mediana estatura, disfruté de cabo a rabo. Me enganchó la descripción de la vida animal y la vegetal, tan claramente desplegada en el libro de texto, del autor Salustio Alvarado.
Sin embargo, observar una hoja de árbol, o una pata de rana por el microscopio era una práctica que me resultaba más bien aburrida, Yo creo que fue en aquel laboratorio donde empecé a vislumbrar que las ciencias experimentales no eran mi camino. Los aparatos, recipientes y utensilios de que disponíamos estaban por otra parte en un estado cochambroso, y el profesor encargado de aquellas clases tenía una actitud francamente negativa. “Con la licenciatura de ciencias químicas os vais a morir de hambre”, nos dijo más de una vez. Sospecho que se trataba del tipo de profesor auxiliar con una remuneración ínfima, obligado al pluriempleo, servidumbre muy extendida en el prolongado subdesarrollo de la posguerra.
Aquel laboratorio no estaba ubicado en el edificio de la universidad, sino en el vecino hospital de San Juan de Dios, apostaría.
En dicho hospital, tuve un día una vivencia primigenia; de las que se instalan para siempre en la memoria. Por invitación de algún amigo, estudiante de medicina, entramos dos o tres compañeros de curso en una de las salas clínicas a presenciar un parto; el polo opuesto, el de la muerte, ya lo había presenciado. Recuerdo cómo la mujer, tras dar a luz nos miraba con orgullo por su vital proeza.
No disponía yo de sobra de tiempo para cultivar amistades, pero sí que llegué a tener cierta relación con algunos compañeros de clase.
Uno de ellos, Vicente, debió captar muy pronto mi condición de estudiante a la cuarta pregunta que, según me declaró varias veces, le era motivo de admiración. Él era hijo de un próspero hacendado de la provincia de Jaén, y en Granada se alojaba en una residencia con todas las comodidades que tenía un tufillo bastante católico.  Vicente era desde luego un creyente cumplidor y, más de una vez me sugirió que le acompañara a oír la misa dominical. Yo siempre preferí encontrarle a la salida del templo, desde nos íbamos a “chatear”, como se decía entones, y tomar sabrosas tapas granadinas. Él pagaba siempre. Algún domingo por la tarde salimos también con dos paisanas suyas, estudiantes de Magisterio.
Estaban alojadas en un convento de monjas, con normas muy estrictas, y recuerdo haber abandonado el cine antes de acabar la película, para que ellas pudieran recogerse a la hora prescrita.
Muy diferente, y  alumno más atípico que yo era Salvador. Tendría de diez a quince años más que sus compañeros: un hombre ya entrado en la madurez, tanto física -tenía barriguita- como mentalmente. Salvador era de Almería, como yo, pero estaba  avecindado en Granada, donde trabajaba de funcionario de una delegación gubernamental. Su horario era incompatible con el de ls universidad, pero algunas mañanas se escabullía más o menos tiempo de su oficina para asistir a clase. En realidad seguía el curso mayormente por los apuntes y referencias que le pasábamos sus amigos. Era muy bueno en fórmulas y ecuaciones y a mí me ayudó bastante. Quedábamos en su casa después de comer y trabajábamos pegados a una mesa de camilla. Allí estaba de huésped a pensión completa, y muy bien atendido por la patrona, una señora mayor, y su hija, una treintañera menuda, morena, de abultados ojos temerosos.

lunes, 29 de abril de 2019

AL PIE DE LA ALHAMBRA (1951) -1




Al pie de la Alhambra (1950) es un capítulo de mis memorias, que empiezo a publicar en este blog, en sucesivas entradas. Para servir de puente transcribo primero el último apartado de mi libro, Al pie de la Alcazaba (1943-1950), que tiene continuación en Un marinero en el Manzanares (1950-1953).


Fin de fiesta
El fracaso en las pruebas del Instituto de Previsión lo sentí en realidad como un gran alivio. Quedarme atado por un empleo burocrático a la levítica ciudad provinciana me habría amargado. De nuevo me hallaba ante el ancho mundo con todas las posibilidades abiertas.
La feria de Agosto del 49 Almería terminó, como es tradición, con una formidable explosión de cohetes, que para mí fue un aviso cargado de temor e inquietud. Sentí que mi período de reflexión llegaba a su fin, acuciándome el deseo de emprender la andadura de mi vida. Me ahogaba ya en Almería. Sentía además un vacío a mi alrededor. La cuadrilla se había dispersado. Unos habían dejado la ciudad para buscar mejor suerte, otros se hallaban cumpliendo el servicio militar, alguno había encontrado empleo. Sobre todo, habían tomado una determinación, iniciado una senda, un proyecto.
Pero ¿cuál era mi vocación? En aquellos meses, después de haberme leído por cuarta o quinta vez El libro de las carreras, vi por fin unos estudios que me ilusionaban, la licenciatura en Ciencias Químicas, con especial inclinación por la química atómica. La carrera se podía cursar en la universidad de Granada que, por proximidad quizá, por haber pisado ya sus galerías y sus aulas, se me aparecía como una meta acogedora.
Ahora bien, ¿cómo subsistir en Granada? Lo ideal sería conseguir una beca, pero las que salían a oferta pública eran muy pocas y por la vía de la Falange, cuyos afiliados tenían ventaja manifiesta. Lo mío, si quería mantener mi independencia, era encontrar algún trabajo que me permitiera asistir a clases, aunque no fuese a todas. Pero conseguir empleo era una empresa ardua, prevalentes aún los efectos de la Guerra Civil y sumida la economía en una numantina autarquía.
Paco Beltrán, con una situación económica similar a la mía, discurrió y consiguió, siempre tan inteligente, una manera de instalarse gratuitamente en Granada para iniciar la carrera de medicina por la que tenía clara vocación. No tuvo más que incorporarse por su quinta al ejército y, por medio de alguna amistad, supongo, lograr ser destinado a Granada, y además a una dependencia militar que le dejaba mucho tiempo libre.
No podía yo seguir sus pasos, porque de entrada tenía que cumplir tres meses de instrucción en un Departamento Marítimo. Mi padre me había inscrito tempranamente en la Armada, seguramente al objeto de que me destinaran en su momento a Almería.
Conocedor y partícipe de mis cuitas, a mi amigo Miguel Rabel se le ocurrió un expediente para conseguir un apoyo. A él le constaba que don Lorenzo Gallardo, el presidente de la Diputación Provincial tenía fijadas unas horas de audiencia en las que los ciudadanos muy pobres podían exponerle sus apuros y solicitar ayuda. Era un hombre muy religioso, que se tomaba en serio la caridad. A Miguel no le cabía duda que si me decidía, me iba a echar una mano, aunque no me aconsejaba pedir audiencia, juzgando más eficaz abordarle en plena calle. Y es así cómo una mañana me hallé en la calle del Padre Luque debe ser, esperando a que saliera de la iglesia de los jesuitas, donde oía misa a diario. Puntualmente lo vi aparecer por el fondo de la calle, grande, ensimismado. No pareció sorprenderse de mi intrusión, me miró con lejana curiosidad sin detener el paso, me escuchó en silencio, me hizo alguna pregunta y me remitió en su nombre a un negociado de la Diputación, donde me dijo que se estudiaría mi caso con la debida atención.
-Te van a conceder una beca-me predijo Miguel Rabel.
Así fue, y también asistí a un acto en el que estuvieron presentes otras personas agraciadas, algunas muy humildes. El Presidente nos estrechó la mano, hizo un breve discurso y luego estuvo departiendo con otras autoridades invitadas.
Yo habría salido inmediatamente para Granada, el curso estaba ya muy avanzado, pero para recibir el dinero había que esperar. Por lo visto no lo tenían aún disponible, había que “librarlo”. Es un verbo que siempre me ha llamado la atención. Me hace imaginar que el dinero es como un cautivo, y que hasta que no cumpla una cierta pena no puede ser “librado”. En este caso la redención no se había producido con la llegada de la Navidad, ni tampoco con el inicio del segundo trimestre escolar, por lo que, temiendo que me exponía a perder aquel curso, y desesperado ya por emprender mis planes, me dispuse a juntar recursos.
En mi maleta puse tres o cuatro o cinco flamantes libros de primero de derecho, que mi hermano Manuel, en pleno furor de creación literaria, y seguro de que las leyes no eran su vocación, me regalaba para vender de segunda mano. Por su parte mi hermano Juan me había dado una pequeña cantidad de dinero, arañada del presupuesto de la casa, a todo lo cual se juntaba la última retribución de mis clases particulares. Suficiente, en fin, para vivir un mes de pensión, en espera de que me pagaran la beca concedida-¿cuatro mil pesetas? Es una cifra que rescato de la memoria, pero que no me atrevo a certificar después de tantos años. En algún momento, no sé cuándo, el dinero fue “librado”, pero yo no llegué a coger ni una peseta. Mi madre lo cobró, empleándolo en aliviar los pertinaces apuros económicos de la familia. Una mañana de enero por fin, coincidiendo con la apertura del segundo trimestre escolar, tomé el tren con destino a Granada. Iba solo, por libre, pero acompañado de ardientes ilusiones y la emocionante resolución de que aquel era un viaje de no retorno. No sólo dejaba mi hogar para ir a estudiar en otra ciudad, sino que en adelante me incumbía buscarme la vida, como se suele decir.