lunes, 1 de diciembre de 2014

PROPIEDAD PARTICULAR


José Siles Artés

              Estaba amenazando otoño. El cielo se mostraba inseguro y tornadizo. El sol, que quince días atrás espantaba, ahora se buscaba.
              Era domingo y en la calle se veían familias con niños, matrimonios mayores trajeados, algún solitario con los zapatos lustrados; pocos coches por la calzada, pero bastantes ciclistas.
              Caminando todo el rato a lo largo de la acera frente a Levante, logramos soltar el frío con que salimos de la umbría de nuestro piso, y al entrar en el parque del Retiro, nuestro decidido propósito era encontrar un banco al sol para, ingrávidamente flotar, vaporar, hasta la hora de comer.
              Pero parecido sueño debían tener muchos otros domingueros; y no solamente terceredistas como nosotros, sino medianedistas y hasta jóvenes. A nadie amarga un dulce, y nadie desprecia la caricia del sol en un domingo destemplado.
              Deambulamos un poco por los senderos erráticos del parque, hasta desembocar en una glorieta circundada de bancos, todos ocupados; los que miraban al sol, quiero decir.
              Pero en uno de ellos sólo se sentaba un caballero que, abstraídamente, leía una revista. Estaba sentado en el centro del asiento y, a su derecha tenía un bolso, de tal modo que en total acotaba más de dos tercios del territorio.
              -Buenos días, ¿le importaría que nos sentemos aquí?
              Alzó la cabeza, nos miró con desconfianza y, sin soltar palabra, pasó el bolso a su lado izquierdo.
              En budística quietud permanecimos allí mas de una hora, calculo, hasta que, cargadas las baterías, se nos hizo la hora del almuerzo.
              -Adiós, buenas tardes-nos despedimos.

           Por toda respuesta el caballero agarró su bolso y lo colocó en su punto original, restituyendo así el dominio perdido. Es decir, la total posesión del sol.

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