Un albañil quería…
No le faltaba aliento.
Un
albañil quería, piedra tras piedra, muro
tras
muro, levantar una imagen al viento
desencadenador
en el futuro.
Quería
un edificio capaz de lo más leve.
No
le faltaba aliento. ¡Cuánto aquel ser quería!
Piedras
de plumas, muros de pájaros los mueve
una
imaginación al mediodía.
Reía. Trabajaba. Cantaba. De sus
brazos,
con un poder más alto que el ala de
los truenos
iban brotando muros lo mismo que
aletazos.
Pero los aletazos duran menos.
Al
fin, era la piedra su agente. Y la montaña
tiene
valor de vuelo si es totalmente activa.
Piedra
por piedra es peso, y hunde cuanto acompaña
aunque
esto sea un mundo de ansia viva.
Un albañil quería… Pero la piedra
cobra
su torva densidad brutal en un
momento.
Aquel hombre labraba su cárcel. Y
en su obra
fueron precipitados él y el viento.
Un
albañil quería construir un edificio, con
sus propias manos(“piedra tras piedra”), confiando en sus propias fuerzas(“No le
faltaba aliento”), y quiere este albañil que su obra sea imagen de un impulso
renovador(un “viento desencadenador en el futuro”).
Tanta
era su fuerza y su aliento que la faena le cundía prodigiosamente; no le
pesaban las piedras de la construcción; eran “piedras de plumas” que iban
formando “muros de pájaros” y, por tanto, “capaz de lo más leve”.
Era
feliz trabajando y viéndose poseedor de
un vigor portentoso, “más alto que el ala de los truenos”, al tiempo que “iban
brotando los muros lo mismo que aletazos”: con la misma rapidez que si fueran
aletazos; si bien ahí acaba la similitud porque, precisa, “… los aletazos duran
menos”-carecen de la solidez y la durabilidad del edificio en construcción.
Ahora bien, a medida que
avanza, la alada fábrica va ineluctablemente bajando de las nubes, porque
“piedra por piedra es peso, y hunde cuanto acompaña/aunque esto sea un mundo de
ansia viva”
La piedra entonces se
desgaja del etéreo sueño del poeta, recupera “su torva densidad en un momento”
y la obra se derrumba, abatiendo al artífice y su sueño:“… en su obra/fueron
precipitados él y el viento”.
Se ha señalado y se seguirá señalando,
porque es muy evidente, que la poesía de Miguel Hernández se ciñe con gran
fidelidad y contemporáneamente a los hechos de su propia vida, y “Sepultura de
la imaginación” no es ninguna excepción. Se corresponde de manera patente con
el aciago destino de este poeta soldado
durante la Guerra Civil española, quien estuvo apasionada, activa y
manifiestamente comprometido con la suerte del proletariado. Creyó sin fisuras
en una era de igualdad y justicia, pero derrotado su bando, vio romperse en
añicos la utopía por la que había luchado.
El
drama de este poema, por otra parte, hace pensar en el mito de Ícaro, quien se
desplomó en vuelo al ser derretida por el sol la cera que ensamblaba sus alas.
Le precipitó la pesantez de su propio cuerpo, como al albañil de Miguel
Hernández la pesantez de la fábrica que
construía, insertándose así el poema en una categoría mítica, con validez
transtemporal, el crónico naufragio de los sueño en el mar de la realidad.
Sobresale además, que en los dos últimos versos el
poema adquiere un segundo final trágico, un desenlace fatal propio de la dimensión
social del hombre: “Aquel hombre labraba su cárcel”. Es decir que, mientras
labraba un edificio ideal, estaba paralelamente levantando su antítesis, una prisión.
Pero la mención de la cárcel es primordialmente una
muy directa alusión al aciago destino del poeta, quien sufrió cautiverio
durante casi tres años, para morir en él, enfermo de tuberculosis, a los treinta
y dos años de edad.
Paradójicamente, nuevas luces alumbraban
su poesía mientras su vida se apagaba. Lo que pudo escribir y no escribió es un
negro vacío en el patrimonio de la poesía española.
José Siles Artés
2-7-2010
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