MIGUEL HERNÁNDEZ (Sepultura de la imaginación)


Un albañil quería… No le faltaba aliento.  
Un albañil quería, piedra tras piedra, muro
tras muro, levantar una imagen al viento
desencadenador en el futuro.

Quería un edificio capaz de lo más leve.
No le faltaba aliento. ¡Cuánto aquel ser quería!
Piedras de plumas, muros de pájaros los mueve
una imaginación al mediodía.

Reía. Trabajaba. Cantaba. De sus brazos,
con un poder más alto que el ala de los truenos
iban brotando muros lo mismo que aletazos.
Pero los aletazos duran menos.
Al fin, era la piedra su agente. Y la montaña
tiene valor de vuelo si es totalmente activa.
Piedra por piedra es peso, y hunde cuanto acompaña
aunque esto sea un mundo de ansia viva.

Un albañil quería… Pero la piedra cobra
su torva densidad brutal en un momento.
Aquel hombre labraba su cárcel. Y en su obra
fueron precipitados él y el viento.

Un albañil  quería construir un edificio, con sus propias manos(“piedra tras piedra”), confiando en sus propias fuerzas(“No le faltaba aliento”), y quiere este albañil que su obra sea imagen de un impulso renovador(un “viento desencadenador en el futuro”).
Tanta era su fuerza y su aliento que la faena le cundía prodigiosamente; no le pesaban las piedras de la construcción; eran “piedras de plumas” que iban formando “muros de pájaros” y, por tanto, “capaz de lo más leve”.        
Era feliz  trabajando y viéndose poseedor de un vigor portentoso, “más alto que el ala de los truenos”, al tiempo que “iban brotando los muros lo mismo que aletazos”: con la misma rapidez que si fueran aletazos; si bien ahí acaba la similitud porque, precisa, “… los aletazos duran menos”-carecen de la solidez y la durabilidad del edificio en construcción.
Ahora bien, a medida que avanza, la alada fábrica va ineluctablemente bajando de las nubes, porque “piedra por piedra es peso, y hunde cuanto acompaña/aunque esto sea un mundo de ansia viva”
La piedra entonces se desgaja del etéreo sueño del poeta, recupera “su torva densidad en un momento” y la obra se derrumba, abatiendo al artífice y su sueño:“… en su obra/fueron precipitados él y el viento”.
      Se ha señalado y se seguirá señalando, porque es muy evidente, que la poesía de Miguel Hernández se ciñe con gran fidelidad y contemporáneamente a los hechos de su propia vida, y “Sepultura de la imaginación” no es ninguna excepción. Se corresponde de manera patente con el aciago destino de este   poeta soldado durante la Guerra Civil española, quien estuvo apasionada, activa y manifiestamente comprometido con la suerte del proletariado. Creyó sin fisuras en una era de igualdad y justicia, pero derrotado su bando, vio romperse en añicos la utopía por la que había luchado.
El drama de este poema, por otra parte, hace pensar en el mito de Ícaro, quien se desplomó en vuelo al ser derretida por el sol la cera que ensamblaba sus alas. Le precipitó la pesantez de su propio cuerpo, como al albañil de Miguel Hernández la pesantez de la fábrica  que construía, insertándose así el poema en una categoría mítica, con validez transtemporal, el crónico naufragio de los sueño en el mar de la realidad.
Sobresale además, que en los dos últimos versos el poema adquiere un segundo final trágico, un desenlace fatal propio de la dimensión social del hombre: “Aquel hombre labraba su cárcel”. Es decir que, mientras labraba un edificio ideal, estaba paralelamente levantando su antítesis,  una prisión.
Pero la mención de la cárcel es primordialmente una muy directa alusión al aciago destino del poeta, quien sufrió cautiverio durante casi tres años, para morir en él, enfermo de tuberculosis, a los treinta y dos años de edad.
      Paradójicamente, nuevas luces alumbraban su poesía mientras su vida se apagaba. Lo que pudo escribir y no escribió es un negro vacío en el patrimonio de la poesía española.

José Siles Artés

2-7-2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario