Es una norma para no equivocarse, una aspiración universal. Con pensar mal no hay que discurrir, no hay que calibrar, no hay que intuir ni imaginar-toda expectativa queda adivinada. Enfrente, pensar bien se convierte en una extravagancia o una risible ingenuidad.
-Oiga, mal pensante, que esta vez se ha equivocado usted.
-Sí, claro, es que no faltan tontos.
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