Qué mal he calculado esta mañana mi capacidad ambulatoria. “Me voy hasta el final de Conde Peñalver y vuelvo”. Bueno, cuanto ya me aproximaba al final, me percaté de que el regreso se me iba a hacer largo. Y no es que me canse –eso está claro- es que la operación de caminar me resulta laboriosa desde hace algún tiempo a esta parte; ya no la hago con soltura, sin notarlo, sino como algo que hay que ir componiendo paso a paso. Diría que es como si hubiera en parte desaprendido a andar. ¿Remedio? El médico no me dio ninguno, excepto el consejo de que por ninguna circunstancia renunciara a mis paseos. Un baño de sol, por otra parte, ha sido el paseo de hoy; como para otros “mayores” sentados en las terrazas o caminando sin prisa. A los jóvenes, claro, se les veía moverse veloces. He comprado el “peri” y, en una copistería me he hecho “escanear” un documento, lo que quiere decir que podré enviarlo por correo electrónico: otro aprendizaje, otra habilidad muy útil para desenvolverse en esta época, pero muda de tropiezos para los que fuimos formados en otros parámetros.
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