"La cara es el espejo del alma", dice un viejo dicho. Y qué duda cabe que, en general, y de alguna manera, allí estén grabados sentimientos e instintos que van determinando el curso de nuestra vida. La mascarilla preceptiva para combatir el covid tapó en gran parte ese espejo, y así, durante meses, hemos circulado con enigmática apariencia. Ahora volvemos a la suspendida realidad, a mostrar la integridad de nuestro rostro (más o menos agraciado), y los instintos (más o menos patentes) que éste refleja.
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