Me fijé en él un día, en un restaurante de la vecindad. Yo aquel rostro lo había visto muchas veces, pero no podía darle nombre ni sitio. La misma perplejidad creí leer en sus ojos.
Desde entonces me lo he cruzado muchas veces con el mismo resultado. Hasta que hoy lo he abordado
-Perdone. ¿usted y yo nos conocemos?
-No me cabe la menor duda.
-Nos hemos tratado.
-Creo que mucho.
-Yo me llamo Fausto.
-Ni idea.
-Yo Miguel.
-Ni idea.
-Pues perdone.
-Nada que perdonar.
Nos seguimos cruzando de cuando en cuando y nos saludamos con sentida cordialidad. El recuerdo, sin embargo, sigue perdido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario