martes, 1 de diciembre de 2015

CARLOS OROZA

Pasé una hoja de El País de anteayer y me topé con el rostro del poeta Carlos Oroza, al lado de su necrológica. Me impresionó su mirada perdida, de profundo desamparo.
Yo lo conocí de joven, brillantes los ojos negros, ágil, vital, seguro de sí mismo. Fue en el Café Gijón de Madrid, donde paraba a todas horas y gozaba de gran popularidad: era el poeta bohemio, despojado de todo convencionalismo burgués. 
Nunca supe cómo lograba sobrevivir, si bien la caridad de algunos contertulios era desde luego uno de sus recursos.
Me senté veces con él y con su amigo y paisano el poeta Uxío Novoneyra, al que me encantaba escuchar sus poemas en gallego. La poesía de Carlos, sin embargo, no me enganchaba.
Después de muchos años lo volví a ver: en el Círculo de Bellas Artes. Creo que estaba de visita bajo los auspicios de su gran amigo Francisco Umbral. Lo saludé con alegría y afecto, y con toda franqueza me dijo que no me recordaba. Ahora había devenido un hombre maduro, de mirada sombría y cauto en el trato. Apagada noté el aura de sus años del Gijón. Me consternó la mudanza de mi amigo de otro  tiempo, pero sin llegar a  la desolación que me ha hecho sentir la foto del otro día en su obituario. Aquí a Carlos se le ve hundido en amarga desesperanza. Descanse en paz. 

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