No hace mucho, quizá tres o cuatro semanas, sintonicé la
radio, a mi hora habitual. Y pude escuchar la entrevista que se hacía a un
cantaor flamenco. Me interesó, contaba vivencias sabrosas y hacía observaciones
agudas. Pero no recuerdo su nombre, lo siento. Pues bien, el caso es que
llegado un momento, el artista destacó el gran talento que tenía su abuela para
el cante, y relató una ocasión que tenía grabada en la memoria desde su
infancia. Estaba toda la familia comiendo, todos en silencio y como sumidos en
una gran congoja, sin motivo real al parecer, hasta que la abuela protestó:
-Bueno, ¿pero esto que es?
¡Esto parece un velatorio! ¡Pues ahora vais a ver lo que es bueno!
“Y mi abuela se puso a cantar-añadió el entrevistado –con
tanto arte y tanto sentimiento, que a los dos minutos, a los dos minutos,
estábamos todos llorando”. Y ese llanto se ve que él lo consideraba una gran alegría.
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