Voy esta mañana bordeando la fachada de un gran hospital,
mirando al frente y sin prisa, y tratando de esquivar la mirada de los que intentan
venderte o comprometerte en algo. La maniobra de soslayo normalmente me da
resultado. Otras veces no tengo éxito, aunque me suelo librar del requerimiento
con un “no, gracias”, “tengo prisa”, o un simple ademán. En ocasiones paso ante
estos “vendedores” sin suscitar el menor interés, pero sí en cambio a otros que
caminan a mi lado, Se ve que en esos casos el producto va destinado a gente más
joven. Eso me da rabia, sea cual sea el artículo. Hoy, en cambio parece que era
el blanco perfecto. Una chica me ha calibrado desde lejos, ha requerido su
tablilla y su boli, y me ha transmitido su mensaje, en el que decía más o
menos: “Estamos haciendo una promoción gratuita…”. “No, no gracias”, la he
interrumpido, sin llegar a enterarme siquiera de lo que publicitaba. Es decir,
que me molesta que me aborden, pero cuando me ignoran, me desencanta. Ingrato
trabajo el de estos jóvenes que se echan a la calle para ganar un euro a cambio
de persuadir a la gente para que compre o se suscriba a algo. Es dura,
imprevisible y frustrante la calle, donde puedes echar una mañana sin sacar
para un bocadillo. Tenía olvidado que yo pasé por ello.
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