El jubilado camina una mañana con soltura, y se siente ágil
y vital. Va a Correos a certificar una carta.
El jubilado camina otra mañana con lentitud, desgana y
cansancio. No va a certificar una carta ni va a ninguna parte; no tiene nada
que hacer; se ha echado a la calle, cansado de estar en casa.
Durante su vida laboral el jubilado siempre se sintió
dinámico y ligero. Desde que se jubiló su salud sigue
buena, los análisis y el médico lo aseguran- experimenta estos episodios de
cansancio físico y moral.
En general, el jubilado se siente descolocado, ajeno al día
a día de la sociedad. Pero, ¿volvería, retomaría aquella actividad profesional
que ejerció durante más de cuarenta años? No. Decididamente, no: las tareas laborales,
y a veces hasta creativas que en general le interesaron y absorbieron (¿), le
parecen ahora insulsas. Lo gratificante ahora no es aprovechar el tiempo, sino
perderlo, vegetar, gustar de su sustancia, palparlo, verlo pasar y paladearlo
con infinita lentitud, como una bebida que no tiene reposición.
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