La
llamada ha sido a un 900, números a los que tengo una instintiva prevención. El
objetivo, dar de baja el servicio que me presta cierta compañía. Me ha
contestado una voz robótica, totalmente indispuesta a entablar conversación
conmigo y, en su lugar, he tenido que ir pronunciando una serie de palabras que
la grabada voz me pedía articular. He salvado todas las barreras y, al final,
albricias, ha sonado la clásica llamada telefónica, con sus tonos
intermitentes, dejándose oír al poco una voz humana, que me ha hecho respirar
con alivio.
-¿Qué desea?
-Darme de baja.
-Entendido, pero tiene usted que
llamar al siguiente número, yo estoy muy ocupado en este momento, señor.
El número me lo ha dado mi
interlocutor a una velocidad alocada y he tenido que hacérmelo repetir tres
veces. Parecía este señor como poseído de la premura del robot citado. Y a
continuación, llamada al número en cuestión, respondiéndome otra vez el
implacable robot, con sus enlatadas preguntas. Sudando ya casi, he repetido mis
respuestas, hasta que ha vuelto a entrar el intermitente tono tradicional,
dando paso a una voz femenina:
-¿Qué
desea?
-Darme
de baja.
-¿Su
número de identidad?
…
-¿Número
de la última factura?
La
tenía delante y he podido responder presto, y a alguna pregunta más.
-Muy
bien, Sr. Siles, tomamos nota, y en un plazo breve quedará suspendido nuestro
servicio, que tenga usted un buen día.
-Cuelgo
y respiro hondo. ¡Lo conseguí! Pero estoy agotado, como si acabara de concluir
los doscientos metros valla.
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