Miércoles, 7-2-2001
A las cuatro de la mañana me
desperté, después de un tirón de sueño profundo, y ya no puede conciliar
debidamente el sueño, y no es porque no le pusiera relajación y respiración
honda como aconsejan. En la cabeza me bullían ideas para el artículo, “Azaña en
el Ateneo” y otros proyectos. No somos dueños de nuestro subconsciente.
Como
llevaba ya los zapatos muy mojados por la lluvia crucé el Paseo del Prado por
el túnel de Colón. Un par de mendigos con la radio puesta y cara de truhanes acercaban un platillo a los
pasantes. Delante de mí iba una pareja jovencita y la chica les dio una moneda
y les regaló una sonrisa primaveral. Qué
corazón tan tierno el suyo. El mío, en cambio, qué duro. Iba yo a la Biblioteca
Nacional, ya reabierta la gran sala central y las laterales. Todo ha quedado
flamante y hay ordenadores para consultar
los fondos y libros de consulta muy accesibles. Por mi lado pasó Luis Carandell, con paso torpe. Volvió la cabeza nada más verme. ¿Me reconoce? (Ya nos hemos
topado varias veces últimamente). Yo creo que sí. Nos tratamos algo en los
primeros años sesenta; la relación venía por un amigo común: Juan Bayesta.
Entonces daba sus primeros pasos en Madrid. Ahora veo que sabía moverse bien.
Sabía arrimarse a los buenos árboles. Su triunfo y popularidad vendrían
después; ambos fruto de un indudable talento.
Jueves, 8-2-2001
En
el Cuartel General de la Armada he seguido tomando notas del expediente de don
Alfredo Saralegui. Los tiempos cambian. Oigo que el funcionario que me está
atendiendo estos días habla por teléfono:
-¿Teniente coronel R?
-...
-Soy el sargento L., que ya puede
venir a recoger el expediente que me ha pedido.
-...
-De acuerdo, hasta luego.
Estoy asombrado: hasta hace no mucho, en un tipo de conversación así el inferior
habría dicho al superior “a sus órdenes” tres o cuatro veces, y otras tantas
“mi teniente coronel”. Ah, y al rato aparece este oficial y el sargento ni se
levanta y le habla como si fuera con un colega de su mismo rango. Me recuerda
la manera que se tratan los militares americanos en las películas. ¡Estos sí
que son cambios en la sociedad española!
En el Cuartel General de la Armada he seguido tomando notas del expediente de don Alfredo Saralegui. Los tiempos cambian. Oigo que el funcionario que me está atendiendo estos días habla por teléfono:
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