A las 6 de la mañana me desperté totalmente, y empecé a pensar en qué
día de la semana y del mes estábamos. Y sentí una especie de desolación y
cierta angustia. Me encontraba situado en un tiempo infinito e inmóvil, sin
cadencia de horas y días, que me producía una sensación de gran inseguridad y
miedo. Había como vuelto al tiempo inmenso de la infancia, pero carente de su
gozoso brillo. Me angustiaba estar inmerso en aquel invariable tiempo, en el
que estaban paradas las horas y los días, en paralelo con mis dos semanas ya de
encierro en casa para escapar al inclemente coronavirus. ¿Qué día de
la semana era? ¿Qué día del mes?, me preguntaba ansioso, tratando de encontrar
una referencia que me reintegrara a mi tiempo, al tiempo de mi vida. Hasta que
me vino a la memoria el día de la semana en que me iban a hacer una llamada
telefónica, y entonces me sentí plenamente reintegrado a mi tiempo, a mis días,
y libre de aquella angustia.
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