-¡Pero
bueno! ¡Si es Pepe! Eres Pepe. ¡Qué alegría verte! ¿Cómo estáis? Ella me ha avistado
a distancia, desde antes de llegar a la acera apuesta, y ahora nos hemos
detenido frente a frente, guardando unos dos metros de distancia, la que
conviene para combatir el coronavirus. Los tres, pues viene acompañada de su
gran amiga y vecina -no me acuerdo el nombre- nos estamos mirando por encima de
las respectivas mascarillas, disminuidos en gestos y sonrisas y en
espontaneidad afectiva.-
-¿Cómo por mi barrio? -les pregunto.
- Llevamos
caminando casi una hora.
- ¿Sin
desayunar?
-Ahora
nos vamos a sentar a tomarlo por aquí.
-Qué
raro se hace hablar medio amordazado.
-Y
que lo digas. ¡Con lo dados que somos los españoles a besos y abrazos!
-Es
como estar en un carnaval todo el tiempo.
-También
vale la mascarilla para ocultar defectos.
-Es
verdad, y no hay que arreglarse tanto para aparecer guapa.
-No
había caído en eso.
-No,
es que los hombres no estáis en esa onda. Pasáis de que os vean bellos todo el
tiempo.
-Una
esclavitud.
-No
lo sabes bien.
-Estamos
aprendiendo muchas cosas. Muchos hábitos y comportamientos se están poniendo
patas arriba, creo yo.
-Qué
razón llevas. ¿Pero tú crees que volveremos a la normalidad? ¿Podremos comportarnos como antes de la pandemia?
-Yo
sospecho que algo se puede estar yendo para siempre.
-Como
como darnos un beso en la mejilla.
-Nos
llamamos para vernos en cuanto pase del todo la tormenta.
-Convenido.
-¡Adiós!
-¡Adiós!
Qué
mustia despedida.
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