domingo, 14 de junio de 2020

MÁSCARAS


-¡Pero bueno! ¡Si es Pepe! Eres Pepe. ¡Qué alegría verte! ¿Cómo estáis? Ella me ha avistado a distancia, desde antes de llegar a la acera apuesta, y ahora nos hemos detenido frente a frente, guardando unos dos metros de distancia, la que conviene para combatir el coronavirus. Los tres, pues viene acompañada de su gran amiga y vecina -no me acuerdo el nombre- nos estamos mirando por encima de las respectivas mascarillas, disminuidos en gestos y sonrisas y en espontaneidad afectiva.
-¿Cómo por mi barrio? -les pregunto.
- Llevamos caminando casi una hora.
- ¿Sin desayunar?
-Ahora nos vamos a sentar a tomarlo por aquí.
-Qué raro se hace hablar medio amordazado.
-Y que lo digas. ¡Con lo dados que somos los españoles a besos y abrazos!
-Es como estar en un carnaval todo el tiempo.
-También vale la mascarilla para ocultar defectos.
-Es verdad, y no hay que arreglarse tanto para aparecer guapa.
-No había caído en eso.
-No, es que los hombres no estáis en esa onda. Pasáis de que os vean bellos todo el tiempo.
-Una esclavitud.
-No lo sabes bien.
-Estamos aprendiendo muchas cosas. Muchos hábitos y comportamientos se están poniendo patas arriba, creo yo.
-Qué razón llevas. ¿Pero tú crees que volveremos a la normalidad? ¿Podremos  comportarnos como antes de la pandemia?
-Yo sospecho que algo se puede estar yendo para siempre.
-Como como darnos un beso en la mejilla.
-Nos llamamos para vernos en cuanto pase del todo la tormenta.
-Convenido.
-¡Adiós!
-¡Adiós!
Qué mustia despedida.

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