Se
pierde memoria con los años; nombres que
ayer te venían a la mente, a los labios, con facilidad, de pronto se han
esfumado. Te esfuerzas por repescarlas, y unas veces lo logras y otras no. N el
primer caso, qué triunfo: en el segundo, qué frustración. Ahora bien, me parece
que el problema no es tan fácil de determinar y explicar como parece. Poniendo
paciencia y esfuerzo mental se consiguen bastantes rescates. También con
asociaciones, evocando palabras relacionadas estrechamente relacionadas con las
olvidadas. Y a veces el aplazamiento me da resultado: no me viene el nombre de
algo o de alguien, que ciertamente recuerdo muy bien y, en vez de contrariarme,
postergo el intento, para probar al cabo de un rato más o menos largo, y qué
felicidad a veces cuando la captura se produce a la primera. A veces pienso que
los nombres de las cosas no se pierden, que están ahí permanentes, y que lo que
se debilita es el mecanismo mental para movilizarlos en un momento dado.
También empiezo a creer que hay palabras que nuestro aparato registral rechaza,
que por alguna razón le son antipáticas y no las fija con el debido esmero.
Esto me ha pasado con la palabra “franquicia”. ¡Cuántas veces me ha dado
plantón! Hasta que por fin, me dije, hasta aquí hemos llegado, voy a atarla con
otra palabra fónicamente emparentada que sea muy notoria, y así compuse la
pareja Franco-franquicia, lo que ha resultado ser un éxito nemotécnico.
miércoles, 3 de junio de 2020
MEMORIA
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