Mirando hacia atrás en el
desarrollo de la personalidad, parece incuestionable que la ideología (para
decirlo brevemente), es un sentimiento que está ausente de la mentalidad
infantil. Los niños (quizá hasta bien avanzada la adolescencia) no son de
izquierdas ni de derechas.
Se pierde la inocencia, se evapora la magia, se aprende
que los Reyes Magos no traen los regalos de Navidad, y quizá a partir de ahí
queda el terreno abonado para que, lentamente, muy lentamente al principio, el
desarrollo ideológico del joven vaya conformándose a la manera de lo que oye y
ve en el comportamiento de los padres.
A los 16 o 17 años puede ya un chico o chica sentirse
apasionadamente afín a un determinado partido político y hasta participar activamente
en sus actividades. El origen de algunos líderes sobresalientes puede
rastrearse hasta esa temprana edad.
A diferencia de la ideología, la amistad puede brotar en
la infancia, para luego continuar (o no), hasta cualquier tramo del recorrido
de la vida. Puede la amistad ser más o menos profunda y su pervivencia siempre
depende de una mutua aceptación, El amigo es alguien a quien se quiere en sus
virtudes y en sus defectos y, naturalmente, tanto por lo que compartimos como
por lo que no compartimos.
Y es en este último extremo donde resalta vivamente el
conflicto, el dramático conflicto entre amistad e ideología. Tener un amigo de
ideología contraria puede producir vergüenza, irritación, desprecio y temor,
entre otros sentimientos negativos. Lo raro, lamentablemente, suele ser aceptar
sin reservas al amigo situado en la
vertiente política contraria.
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