Tradicionalmente era una melodía, más o menos bien ejecutada, que surgía de cruces urbanos concurridos, amenizando el paso del tiempo -y el de la gente. Pero ya no es así. Desde hace algún tiempo el músico, normalmente un acordeonista, ya no toca en continuidad, sino entrecortadamente, con silencios más o menos largos. Preparado para tocar, sus ojos examinan a la tanda de peatones que esperan la señal de paso, y unas veces les regala música y otras no. En los semblantes debe leer quién es propenso a gratificar y quién no.
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