Qué a gusto hemos vivido y vivimos en esta sociedad consumista. No todos, claro, pero sí una parte considerable de la población de los países desarrollados. Confort, empleo, ocio, adelantos científicos, tecnológicos, médicos...
Sin embargo, en las últimas décadas se han oído voces, se han publicado libros y artículos, se han dado conferencias sobre la amenaza que en el fondo supone esa filosofía de vida, con una sociedad cada vez más dada a enredada en un consumismo desaforado y destructor de los bienes de la Naturaleza.
Pero a la hora de la verdad todo ha seguido igual. Mejor dicho, peor. La historia demuestra que renunciar a la abundancia y al confort es casi una quimera: estamos atrapados, estamos encerrados en la burbuja de la autocomplacencia.
Y de pronto, un virus altamente infeccioso, de gran poder letal, el coronavirus, se infiltra en los pulmones de los seres humanos y mata a millones de ellos, actuando como implacable vengador de esa naturaleza que tanto expoliamos: como si la Vida, la Vida con mayúscula, estuviera matando para no morir.
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