Tomar algo en una terraza parece ser
una de las ansias más queridas entre la ciudadanía.
Por
motivo de la Covid y del confinamiento preventivo, la gente se ha privado de ir
a espectáculos públicos, de viajar, ir de compras, de asistir a una
conferencia, de ir al cine, y demás.
Todo
ello parece que se ha llevado con más o menos resignación, exceptuando el
sentarse a tomar algo en una terraza. Tanto que hasta se ha utilizado como
reclamo de voto electoral.
De lo apasionante de esta querencia da idea su creciente arraigo en países fríos y húmedos. En Gran Bretaña, por ejemplo, donde tradicionalmente, históricamente, la cerveza se ha trasegado en el castizo pub, ahora parece que las terrazas ganan terreno y los británicos las frecuentan con creciente empeño, caigan rayos y truenos.
Las
pasiones del hombre son invariables a través de los siglos, como testimonian la
historia y las artes, pero esto no descarta que puedan contraerse otras nuevas,
como demuestra el furor por tomar algo en una terraza.
Había terrazas en Madrid hace 30 o cuarenta años: sobre todo en verano, pero no recuerdo que la susodicha pasión existiera.
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