martes, 28 de julio de 2015

EN LA PELUQUERÍA

Hoy creo haber descubierto que el espejo de casa es adulador. O quizá algo peor, indiferente, acomodaticio, hasta falso. Van pasando los años y rara vez nos advierte que ese rostro no es el que era. De alguna manera va asimilando las arrugas y la marchitez, haciéndonos creer que, aproximadamente, seguimos poseyendo la rutilancia de la plenitud.
El espejo de la peluquería es otra cosa -de la peluquería de caballeros estoy hablando; de la ae señoras no sé nada, sólo esa imagen que desde la acera vemos de señoras con la cabeza metida en una especie de gran campana o casco.
Hoy, esta mañana, ese setentón recien acomodado en el sillón de su peluquería habitual, se  ha enfrentado bruscamente a un doble de sí mismo, uu desencanto  con el que posiblemente no contaba. Enfrente la replicaba un rostro ojeroso, una mirada dolida, y sin chispa de futuro. ¿Su cabello? Escaso no era, la verdad, pero tampoco muy necesitado de recorte. Poca materia para esculpir, pero el diestro peluquero no ha tenido problema. Con qué esmero y afán ha manejado la tijera, en vivos, alegres cortes, hasta fraguar la ficción de que estaba modelando una tupida melena: sabio artífice. Arrullado al mismo tiempo por la amena cháchara del fígaro, el semblante del parroquiano en el espejo se ha vuelto complacido, risueño y rejuvenecido. Ya no era el taciturno, hosco anciano de media hora .antes . Por favor, sinceramente, ¿es justo quejarse del coste de un corte de pelo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario