“Portavoza “ se ha autodenominado
Inés Montero, portavoz parlamentario del partido Podemos, en una comparecencia
pública. Apenas hace ya tres días, y desde entonces los medios no paran de ocuparse de este neologismo. Ha hecho
impacto, Está haciendo vibrar de escándalo, de indignación, y también de gozo,
a los asiduos de las redes sociales. Están saliendo a colación argumentos de la
más sabia gramática por un lado, y de la más apasionada reivindicación
feminista por otro. Ya han causado parecida controversia otros términos,
saliendo a relucir otros usos consolidados que al común de los hablantes les
parecen incuestionables: como “el espía”; porque ¿por qué no, "el espío"?
Pero no se manifiesta mucho afán reformista en esta dirección, el elemento
masculino no parece sentirse discriminado por el canónico sufijo femenino “-a”. En el caso de “la portavoz”, el género viene claramente expresado por el
artículo “la”, si bien Inés Montero no debe considerar el término totalmente equitativo, echa a
faltar la distintiva “-a”. Por la misma regla de tres, la clase portavocera
masculina podría reclamar la denominación de “portavozo”, ¿no?
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