miércoles, 8 de abril de 2015

NOTAS EN EL AIRE

Ya hace más de medio año que está libre el puesto de la esquina del semáforo.
El primero en ocuparlo fue un joven acordeonista, desgarbado y de ojos ardientes. Y recuerdo muy bien el día que se estrenó. Por la abierta cristalera de mi cuarto de estar se colaron sus notas y me asomé al balcón, y en la acera opuesta del paso de cebra, vislumbré al músico.
Al principio tocaba con mucho ardor, pero luego decayó. Sus melodías sonaban cada vez más desganadas y con menos frecuencia. Era una gélida actuación frente a la racanería de los transeúntes, yo uno de ellos. Miraba a la acera de enfrente y, si entre los peatones que esperaban el verde del semáforo, no veía interés, los recibía sin música, los brazos caídos. Debía tener un criterio para seleccionar a los posibles donantes, o quizá ya se sabía quién lo gratificaba y quién no: los cruces de peatones ven pasar a los mismos vecinos varias veces al día. Hasta que el muchacho dejó su esquina, para ser pronto reemplazado por un flautista algo mayor, quien sólo actuaba los domingos, pero no duró mucho.
Luego tomó el relevo un viejo violinista que arrancaba tan sentidos acordes que algunos levantaban o subían la cabeza, tocados seguramente en sus fibras más íntimas, y agradeciéndolo con monedas que echaban en su cajita metálica: yo a veces vi bastantes.
Pero no aprovechó su éxito mucho tiempo el anciano. Desapareció cuando ya debía llevar un mes. Fue el último en ocupar el puesto.
Yo me asomo a veces a mi balcón y me pregunto qué habrá sido de estos tres músicos callejeros, de los que aún vuelan y revuelan notas por aquí.


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