sábado, 26 de noviembre de 2016

PADRES HIJOS

Tengo delante un retrato de mis padres. Durante años y años, décadas, he pasado junto a él, parándome alguna vez a contemplarlo. Ahí están los rostros de mi padre y de mi madre, en plenitud vital, como yo no los recuerdo en vida. Mi sensación ha sido siempre de orgullo, de contento, por posesión de un bien querido que desafía el inexorable deterioro del tiempo.
          Nunca cambié de sitio o toqué siquiera el retrato de mis padres. Ha sido siempre una imagen tan respetada y querida, que tocarla era de alguna manera rebajarla.
          El retrato, aunque enmarcado, pesa poco, y su misma levedad me produce ahora emoción, también nuevas sensaciones: serenidad en los grandes ojos de mi madre, agudeza en los de mi padre.
            Un sobrino mío quiere una copia del retrato de sus abuelos, razón por la que lo he retirado de su sitio. Lo meto a continuación en una bolsa, aunque al instante lo estoy de nuevo contemplando, movido por un fuerte impulso. Qué jóvenes eran mis padres entonces. Menos de la mitad de los años que yo tengo ahora tenían. Cuánto les quedaba por sufrir y aprender. Qué desamparados los he visto. Padre de mis padres me he sentido.

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