En la sala de espera de
la dermatóloga me entretengo haciendo caricaturas mentales de otros pacientes al alcance de mi vista. Veo varias caricaturas posibles, pero ya sé que en el momento de
plasmar la visión, el resultado no es siempre satisfactorio: falta de práctica,
supongo, afición tardía. Y cuántos rostros de esta sala que traslucen tristeza,
desgana, ensimismamiento. La dermatóloga me recibe con exclamaciones jocosas
por el pegote verrugón que me ve en el cráneo. “¡El cuero cabelludo, el cuero
cabelludo”, ha repetido varias veces. Es premaligno, no así las verrugas del
tórax. Me ha aplicado un “spray” que escocía -quemaba casi-, me ha recetado unas
aplicaciones Me ha subrayado la seriedad con que hay que atacar las verrugas
del cráneo. y me ha citado para finales de marzo. Es una médica que no para de hablar,
festivamente: al aspersor le llama la “ametralladora”. No es corriente encontrar
galenos tan locuaces.
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