No recuerdo la primera vez que me vi reflejado en un espejo. Era niño, claro está, y debí sorprenderme de encontrarme allí enfrente, duplicado, Caramba, ese soy yo, que sonrío y sonríe, que me agarro la nariz, y él también. Y qué menudo soy, pues me creía más grande, qué chasco. Saco la lengua, le hago burla, y él a mí, pues no me gusta eso, a ver si te estás quieto, por favor. Abro la boca, él igual, le falta un diente. ¡El mismo que a mí! Arrugo la frente: ¡Que te estés quieto! ¿Por qué tienes que hacer siempre lo que yo hago? Es imposible, me tiene dominado. Bueno, no, lo que pasa es que yo estoy aquí y dentro del espejo, al mismo tiempo, y también mi hermana cuando se peina, y mi padre cuando se afeita. Todos, todos estamos aquí y ahí. Antes no me daba cuenta, antes yo sólo estaba aquí. Y ahora ese ahí me inquieta.
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