martes, 13 de octubre de 2020

OTROS LIBROS

             Un cuadro es un libro abierto. Todo lo que dice está a la vista, y cualquiera puede leerlo directamente y juzgarlo según su propio saber y entender.

Un libro es un cuadro cerrado. Hay que abrirlo y recorrerlo página a página para saber qué dice y cómo lo dice.

Tablillas, pergaminos, etc. Cada uno significó un grado más de conservación y difusión de la escritura. Hasta llegar al libro, tan sólido, tan manejable, tan espacioso, que arrasó y se impuso como instrumento ideal de escritura y lectura.

El papel, claro, es el componente fundamental del libro, que materialmente consiste en un manojo de hojas escritas por las dos caras y atadas. Para conocer su contenido hay que pasarlas una a una.

Pero ahora los libros pueden leerse también en pantalla, almacenados en memorias electrónicas que pueden albergar gigantescas bibliotecas.

            Los libros así guardados ya no ocupan espacios, pero  están más escondidos y cerrados que nunca, y no se pueden palpar, aunque sí ojear. La proximidad del libro, al mismo tiempo, se ha esfumado. Ya no está ahí, visible, tangible, sino sumido en un oscuro e insondable abismo electrónico.

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