domingo, 29 de noviembre de 2020

ESPERAN

 

                El mendigo apostado a la puerta de la iglesia frente a la que a menudo paso, luce hoy una magnífico chaquetón de ante y un blando sombrero de fieltro, tipo señor rural. Es sin duda un atuendo de grado sartorial superior al de la mayoría de los feligreses que  entran o salen por aquella puerta, no faltando quien coloca algo -una moneda presumiblemente- en su mano.

            Debe llevar dicho pobre aquí unos tres meses, lo que suelen durar estos cancerberos, que aparecen y desaparecen sin solución de continuidad, aunque alguno ha permanecido más tiempo, hasta varios años, como aquel hombrecillo hablador que se decía antiguo marine norteamericano y poseedor de gran hacienda en Puerto Rico, inicuamente confiscada, pero que la justicia estaba a punto de restituirle dólar por dólar. Yo le escuché la historia un par de veces, disfrutando de su puro acento jerezano.

                Recién llegados, se les ve más o menos desharrapados, pero al poco aparecen con vestimenta de boyante burguesía, que calculo procede de un nutrido guardarropa de la parroquia, almacén de donaciones de desechadas prendas de los propios feligreses. Esto explicaría la singular estampa que componen tan necesitados hombres,

    No custodia la puerta de la aludida parroquia solo un hombre, hay también una mujer, siempre la misma. Yo la conocí joven y ahora tiene canas y arrugas. Se apuesta en el quicio opuesto al del varón mendigo, pero sentada en un anticuado sillón. Allí, armada de bolígrafo, resolvía pasatiempos, pero desde hace algún tiempo lee libros. Y pronto, cuando se meta el frío decembrino, la veremos luciendo algún ajado, pero soberbio abrigo de pieles.

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