domingo, 20 de diciembre de 2020

ESPEJOS

Estoy bastante molesto con el espejo del lavabo de mi casa, frente al que me afeito cada día. Desde hace algún tiempo, seis o siete meses, viene dándome una imagen de mi rostro sin el brillo y la lozanía que solía.
Durante bastante tiempo, varios años, este espejo había tenido la gentileza de no darse por enterado de mi creciente edad, creando conmigo una tácita alianza para dar la espalda al paso del tiempo. Enjabonándome el rostro, pasando la maquinilla al bies o a contrapelo, yo me veía retratado con un cutis terso y sin una arruga. 
Es verdad que el espejo del ascensor estaba en otra onda, y fue de manera paulatina. Un día noté que exageraba mi curva estomacal y que a mis ojos le quitaba brilló, lo cual no me afectó verdaderamente, porque además del espejo del baño, otros, como las lunas de los escaparates, y las puertas y mamparas de cristal me veían como si el tiempo no pasara por mí. Y por si tuvieran tentación perversa, hace ya unos cuantos que sólo me miro en ellos de refilón, como hago con el borde espejo del ascensor.
En fin, con los espejos pasa como con las personas. A unas les caes bien, y  a otras mal, sin saber por qué.

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