Esa calle ya no es lo que era. Donde estaba la droguería hay ahora una agencia de viajes. La tienda de ultramarinos es un chino. La relojería es una frutería, la papelería una farmacia, la cafetería un supermercado, los billares un restaurante... No queda nada -lo que se dice nada- de aquel tiempo. ¿Qué habrá sido de aquellos dependientes. Recuerdo especialmente a los dueños de la papelería: un hermano y una hermana, ya en el otoño de la edad, siempre de mal humor. En cambio, qué agradable el camarero de la cafetería, un hombre ya cincuentón -o eso me parecía a mí. Paso de vez en cuando por ese trecho de calle y me siento automáticamente transportado a aquel tiempo, pero caminando con el paso torpe de ahora...
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