Durante siglos, el espectáculo que se veía en el teatro, consistía en la simulación de sucesos dramáticos o cómicos, urdidos por un escritor y escenificados por unos actores. El primero era el inventor del argumento, del suceso, mientras que los segundos eran los agentes encargados de visualizar su desarrollo, de "re-presentarlo" ante un auditorio. Ahora parece que el orden de estos factores hubiera cambiado. Se diría que los actores se han rebelado, ocupando el lugar primordial del significado dramático, para ocuparlo ellos con una hiper gesticulación, que la mayoría de las veces se convierte en una apabullante sesión de carreras y saltos por aquí y por allá, adobados con una extemporánea dicción, quedando así el mensaje y el significado dramático ahogados. En obras escritas para ofrecer tal espectáculo podría argüirse una justificación, pero aplicarlo a las clásicas es una exhibición de ignorancia.
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