En mi barrio hay una
tienda ante cuyos escaparates me paro con frecuencia, movido por no sé qué
interés. Allí se exhiben prendas de trabajo, como monos, guardapolvos, delantales,
cofias, batas, chalecos y otros. Hasta un pantalón a rayas de mayordomo.
Contemplando estas prendas, sobre todo la última, las
asocio con personajes propios de películas cinematográficas, “películas de
época”, pertenecientes a la escala doméstica mayormente, Pero se ve que no es
del todo así, que el pasado perdura en el presente bastante más de lo que
parece y de lo que queremos creer.
Por otro lado, no todo atuendo gremial es de orden
servicial. Piénsese por ejemplo en las batas médicas, en el atuendo de los
cirujanos y en el vestido de las enfermeras. Qué duda cabe que el uniforme en
estos casos es una necesaria protección de orden sanitario.
Vestir prenda distintiva puede, por otra parte, inspirar
tanto orgullo como vanidad profesional. Y
puede detectarse a veces un innato amor por lucir uniforme, aunque su necesidad
quede muy rebuscada. Antaño pasaba a veces con el “mono”, y también con el
guardapolvos, que se calaban desde dependientes de tejidos, funcionarios de
Correos y maestros de escuela –aunque en estos más justificadamente por el polvo
de la tiza. Los trajes había que cuidarlos con mucho mimo. Como los zapatos,
pero estos merecen capítulo aparte.
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