Comprar el periódico en un kiosco ha sido un hábito generalizado durante
bastantes generaciones, pero desde hace algún tiempo va declinando. Muchos
ciudadanos se nutren de las noticias en los instrumentos telemáticos y, los
adictos al papel, somos cada vez menos. De ahí que los montones de prensa en
los kioscos vayan siendo penosamente más delgados. Los diarios y los semanarios
debieron significar una parte sustancial de las ventas de los kiosqueros. Llego
a esta conclusión por el elocuente cierre de tantos kioscos por todos los
puntos de la ciudad. Sobreviven todavía bastantes, en los sitios más
concurridos, y casi todos más o menos reconvertidos. En los kioscos se pueden
adquirir hoy día juguetes, bebidas frías, caramelos, frutos secos, chocolatinas,
mecheros, bolígrafos. Llaveros y pilas. También pasatiempos, que siempre los
vendieron, pero que ahora tienen una aceptación arrolladora. Ocupan una
considerable parte de la exposición del kiosco, y se ofrecen en una variedad de
tipos: crucigramas, sopas de letras, autodefinidos, y hasta ideados por nivel
de dificultad. Son, a todas luces, un
negocio boyante. ¿Lamentable que mientras la venta de periódicos disminuye, la
de pasatiempos crece? Sí, una pena. Pero yo no minusvaloraría los pasatiempos;
tengo en gran estima el jugar con las palabras, en deslindar el sentido de las
mismas, lo que considero una gimnasia mental y una terapia contra el peso del
tiempo vacío, el que más pesa.
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