viernes, 1 de febrero de 2019

RAFAEL FLÓREZ

Anteayer se celebró en la catedral de la Almudena un funeral por  Rafael Flórez, El Alfaqueque. Por motivo de salud, no asistí. Me ha afectado su muerte. Lo conocí en los últimos cincuenta o principios de los sesenta del siglo pasado. Fue por medio de Fabián García Prieto, ateneísta como él y como yo. “Tienes que conocer a Rafael Flórez”, me aconsejó,  explicándome que se trataba de un escritor madrileño, muy asiduo y conocedor de los círculos literarios de su ciudad. Yo por entonces procuraba relacionarme en dicho ambiente. Me acogió con los brazos abiertos, sin reservas, y comprensivo con mi ambición. En este sentido, creo que nunca había tenido con nadie esa sensación tan inequívoca de solidaridad en la vocación. Al mismo tiempo, una persona que sabía y quería escuchar, que te aceptaba como eras y te animaba más o menos explícitamente a seguir siéndolo. Su alias El Alfaqueque significaba más de lo que parecía. Creía por principio en toda persona que tuviera una aspiración artística, y la literatura en concreto era un mundo que vivía con absoluta dedicación y pasión. Su hábitat era el de las tertulias literarias de café y de los acontecimientos culturales de primera línea. Había escuchado a grandes figuras tanto del 27 como del 98. Las décadas pasaron y él nos contaba sus recuerdos con una luz y un gozo -aunque crítico a veces-, que nos contagiaba. Nos hacía remontar sobre las inevitables miserias de la realidad de cada día. Y qué fácil tenía la sonrisa: me dicen que la conservó hasta el último día. Rafael, amigo, no contaba con esta mala noticia.

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