Qué pereza he venido sintiendo para retomar mi blog. Con los calores del verano se había evaporado toda mi inspiración. Bueno, pues ha sido retomar los hábitos interrumpidos y empezar a sentir las ganas lanzar al ciberespacio alguna ocurrencia. Como la que he tenido esta mañana en la Biblioteca Nacional, donde es preceptivo depositar bolsos y carteras de mano en unas taquillas que se cierran con llave, echando una moneda de un euro. Cuántas veces he tenido que pedir cambio a otro lector, o me lo han pedido a mí. Siempre hay una persona amable que lo tiene, y nos saca del apuro. Un apuro que aceptamos como lo más natural, dando por sentado que es condición indispensable llevar una moneda de un euro para acceder a las salas de lectura de la Biblioteca Nacional. Nunca se me había ocurrido cuestionar dicha previsión. Tampoco hoy que, novedosamente, me han preguntando:
-¿Lleva usted un euro?
-Sí, sí, no se me ha olvidado. ¿Por qué me lo pregunta?
-Es que mire, ahora tenemos unas fichas que le prestamos y que le valen igual.
Qué sensación de gozo y alivio he sentido, y sobre todo de felicitación a la Biblioteca Nacional por saber y querer atender a sus lectores hasta en los pequeños apuros personales.
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