jueves, 31 de octubre de 2019

EL TEATRO

El teatro nos eleva, nos remonta. O mejor dicho, eleva la realidad. Nosotros, espectadores, nos sentimos instintivamente desgajados del monótono y a veces sombrío vivir cotidiano. Nada más ver el escenario, antes de que comience la función, ya empezamos a sentirnos enajenados, más o menos cautivos de unos sucesos desconocidos. Se alza el telón y automáticamente nos sentimos arrebatados por ese mundo -o más bien ultra mundo- que se ubica en el escenario. Comienza la acción y la vivimos cien por cien, desde la comodidad de nuestro asiento, seguros de que por muy trágica que sea la historia, no es nuestra. Vamos a sufrir o vamos a divertirnos, pero sin implicarnos, sin comprometernos. llegamos al final, se encienden las luces, aplaudimos a los actores que nos han hecho sentir emociones de variada índole, pero sin vivirlas. Nos alzamos de nuestros asientos, ya estamos de vuelta en el mundo real, pero con una sensación de alivio, de haber pasado un rato libres de sus ataduras. Y los actores ya se retiran, la ficción se ha acabado, regresan también al mundo real, van como destronados. 

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