viernes, 22 de noviembre de 2019

ANTIBANCOS

No, no me refiero a los bancos de dinero, sino a los bancos de sentarse, y más exactamente, a los bancos públicos de sentarse.
Fueron concebidos, qué duda cabe, para descansar, para que el cuerpo humano se reponga de la fatiga de andar o simplemente de estar de pie. Todavía se ven estos bancos. Son de madera, con  asiento ancho y alto e inclinado respaldo. Hay gente, jubilada mayormente, que se pasa en ellos horas. En ellos leen, conversan, toman un tentempié, hablan por el móvil, esperan, contemplan el tráfago callejero, sueñan, dormitan, y siempre descansan.
Pero alguien, algunos, los que mandan poner bancos públicos, decidieron un buen día que ya estaba bien de regalar comodidad a los ciudadanos, y entonces cayeron en la idea de los antibancos, bancos para que la gente no descanse, para que, sufriendo. no se pare mucho tiempo en un mismo sitio. Es el cometido que tienen asignado los duros, fríos, helados bancos de piedra. De los que no se sabe cuáles son más dañinos, los que tienen respaldo, que te castigan la columna, o los de asiento pelao que te joroban la espalda. Son matadores los bancos de piedra, más que los de hierro, que también se las traen. Ambos son también criminales para los indigentes que no pueden permitirse dormir bajo techo, aunque también se pueden ver antibancos  ideados  seguramente contra ellos. Son los que no son corridos, sino formados por varios asientos individuales curvos, alineados, de manera que no pueda descansar sobre ellos el cuerpo humano. Finalmente me vienen a la cabeza unos bancos que no llamaría antibancos, sino seudobancos, con tan caprichoso diseño, que más bien sirven para mostrar la originalidad del urbanista, que para sentarse. 

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