viernes, 15 de diciembre de 2023

DIARIO DE UN ATENEÍSTA (8)

 

Jueves, 22-3-2001

             Sigue la bajada de las bolsas, “arrastradas por la de Nueva York”. No se ha considerado suficiente la bajada de medio punto por la Reserva Federal, y sigue la desconfianza. Son los valores tecnológicos los que ofrecen menos confianza. No quiero ni pensar cuánto hemos perdido nosotros. Durante mucho tiempo me resistí a invertir en bolsa; terminé por sucumbir y ahora me arrepiento. Supongo que es así como nos estamos sintiendo la mayoría de los ahorradores modestos.

            Qué pena da el hijo Froilán Elespe aplaudiendo desde el balcón de su casa a los manifestantes contra el asesinato de su padre.

            En el 51, encuentro con Pepe Pizarro, antiguo colega del turismo. Es otro de los desengañados de la bolsa. Pepe ha vivido siempre junto a su madre, que ya tiene cumplidos los cien años y está confinada en cama. A una compañera que le ha saludado en el autobús le habla de los muchos gastos que origina la incapacidad de su madre.

            -Podemos hacer una colecta entre varios compañeros-le propone ella.

            -No, no, por ahora me las puedo arreglar.

            Me admira el gesto. La amistad puede llegar muy lejos, y ahora que lo pienso, en la libérrima profesión de guía de turismo barrunto que se da una gran solidaridad; sore todo entre los que se conocen desde hace muchos años. Dice Pepe a su amiga que pronto va a salir de una inactividad temporal para volver a guiar grupos. Siguen haciendo lo que hacían, lo que a mí me suena a actividad de juventud.

            Por la mañana mandé mi corrección de pruebas a Juan Grima. El me habló de sacar el libro para el 23 de abril, pero lo veo como un plazo demasiado corto. Ana se ha hecho con folletos sobre viajes de Semana Santa a Roma. Saldríamos de aquí el 11 de abril para regresar el 16.

 

Viernes, 23-3-2001

             Se ha aprobado el trasvase del Ebro que llevará aguas a todo el Levante español. CiU lo ha aprobado a cambio de inversiones en Tarragona. Sería una lástima que el vertido empobreciera el fabuloso delta del Ebro.

            Con el heraldista Paco Romero, en la cafetería del Ateneo, hablo de lo poco desarrollado que está en este país el mercado del libro de segunda mano. El, que tiene mucho contacto con librerías de lance, opina que los libreros tienen una mentalidad usurera. Acaparan los libros, los retienen, dejan que el tiempo aumente su demanda y luego los van vendiendo a precios abusivos.

            Se me ha pasado otra semana sin ir a la tertulia de Rafael Flórez en Bellas Artes, ni tampoco a la de Amadeo Aláez los martes en el Ateneo. Siempre he tenido mucha prevención a perder el tiempo en las tertulias, pero últimamente más que nunca. Hoy me insistía Pepe Lamadrid que le acompañara en la tertulia-comida del café Gijón. He rehusado después de dudarlo. Me repelía la perspectiva de caer al lado de alguien insulso o de un sentido del humor incompatible con el mío. Voy encontrando a la gente cada vez menos interesante. Encuentro más entretenido enfrascarme en mis trabajos, lo que no quita que empiece a preocuparme por aquel fallo. ¿Soy yo el que va perdiendo sociabilidad?

 Sábado, 24-3-2001

             Sábado en Madrid. Después de comer se fueron a Villavieja Ana, Sandrine y Fernando. Yo hice mi media jornada de Ateneo, previo paseo hasta allí.

            -La provincia de Almería es semidesértica-aseguro.

            Pero Larios es de los que tiene repertorio de citas.

            -Sin embargo Colón escribe en su Diario que lo que ha descubierto es “tan verde como Andalucía”.

            He tomado café con Emilio de Castro, fiel ateneísta sabatino.

            -Tú fíjate que la mayoría de la gente no hace un uso productivo de su tiempo libre-le señalo.

            A partir de ahí nos enredamos en una porfía. No hacer nada, ver pasar el tiempo, es también muy grato y puede que necesario. Seguro, seguro, y hasta que consigo hacerle ver que la mayoría de la gente no emplea mucho-algunos ninguno-en ocupaciones creativas, pasa un puñado de minutos. Bueno, supongo que estas porfías, estas pequeñas discusiones son la parte especiosa de las tertulias.

            En los periódicos y la radio, descontento porque Múgica, el Defensor del Pueblo, no ha recurrido la Ley de Extranjería, a pesar de haber recibido 769 peticiones al respecto. ¿Tiene que limitarse el D. P.  cursar las solicitudes que le llegan, o entre sus funciones está el rechazar las que no considere conforme a derecho? Las críticas que he leído u oído parecen dar por supuesto lo primero.

 Lunes, 26-3-2001

             Estoy empezando a pensar que la charla intrascendente es un arte. Y un arte muy necesario para la convivencia. A menudo nos lanzamos a decir lo que creemos y lo que sentimos, no consiguiendo más que molestar a nuestro interlocutor. En general la gente tiene sus opiniones y su visión del mundo ya formada, y esto la hace poco dúctil para tratar temas como la política, la historia, el arte, etc. No digo yo que haya que limitarse a la pedestre charla sobre el tiempo, el fútbol, los achaques de salud y lo caro que está todo, pero sí que se pueden buscar temas de interés común y de hábitos, experiencias y proyectos. Se me ha ocurrido todo esto a la hora del café en el Ateneo. Hemos pasado unos quince minutos muy entretenidos hablando del uso del ordenador y sus asechanzas, Paco Romero, el director de cine y yo.

 Jueves, 29-3-2001

             En el Ateneo Vicente, el urólogo, me pregunta cómo me encuentro de mi prostatis.

            -Me sabe mal abusar de los amigos médicos.

            -Por favor, no es ninguna molestia, y además me interesa conocer tu caso.

            Le cuento brevemente mi trayectoria: operación de próstata y dos resecciones, de la primera de las cuales data mi incontinencia urinaria. Me hace preguntas concretas sobre cómo se manifiesta ésta y me dice que las contracciones frecuentes de la vejiga son otros tantos deseos de hacer pis. Hay una medicina para retardar esas contracciones. ¿Por qué no pruebo? A  lo mejor es lo que me va a mí. Una luz se enciende en mi horizonte. ¿Mejorará mi achaque, por lo menos parcialmente? Le prometo seguir su consejo y tenerlo informado.

            Pero me espera otro encuentro afortunado esta mañana en el Ateneo. Al poeta Miguel Losada, que en el descansillo de la escalera me ha prestado cinco pesetas para la fotocopiadora, le pregunto:

            -¿A qué editor ofrecerías tú una antología bilingüe de poesía inglesa?

            -¿La tienes hecha?

            -Casi, casi.

            -¿Qué abarca?

            Le explico el plan de la obra y le menciono algunos poetas.

            -Conozco un editor, Basilio Rodríguez, que puede estar interesado. ¿Has dicho que lleva también poetas norteamericanos?

            -Sí, sí, Poe, Dickinson, Whitman...

            -Pero, hombre, ese libro puede dar bastante juego. Yo se lo voy a mencionar, aunque no te prometo nada, claro... ¿Mira, puedes venir mañana aquí a las diez y media de la noche? El va a asistir a un acto y te lo puedo presentar.

            -Sí, sí que puedo.

            -Pues en eso quedamos.

            Antes me ha elogiado mucho la calidad de las ediciones de Rodríguez y lo bien que está introducido en los circuitos donde interesa la poesía, que no pueden ser muy amplios, pienso yo, pero también es verdad que un editor es un editor...

 Viernes, 30-3-2001

             Como un clavo estaba yo a las diez y media en el Ateneo para ser presentado al editor Basilio Rodríguez. Se veían por allí grupitos de gente que acababa de salir de algún acto tipo libertario-lo digo por los comentarios que se cruzaban. Es el Ateneo de hoy, cancha de tendencias reivindicativas pasadas.

            -Hay aquí esta noche un ambiente como de los años veinte. He oído hablar de la “Internacional”, de la solidaridad entre los pueblos, de la disolución de la autoridad...

            El que más o menos me habla así está esperando para el recital poético en que se espera a Basilio, el editor. Tendrá unos cuarenta y cinco años y me dice que es de una familia de exiliados que vivió en La Argentina.

            -Bergamín allá-y la mayoría de los exiliados- creía que la España auténtica se hallaba fuera. Yo vine acá y me encontré una democracia en el trato que entre los republicanos no existía. En Buenos Aires los republicanos españoles estaban claramente divididos en estamentos y clases. Pertenecían a distintos círculos y la comunicación entre ellos no era frecuente.

            -La distancia les congeló en el tiempo. Aquí la guerra quemó muchos farolitos. La sociedad evolucionaba, aunque el Gobierno estaba plantado en el pasado -opino.

            -En efecto. ¿Usted ha estado exiliado?

            -No, pero fui un exiliado interior-le respondo con profundo convencimiento.

            Son ya casi las once y ni el recital ha comenzado ni Basilio ha aparecido. Los editores no se prodigan.

            -A lo mejor se incorpora más tarde...

            Decido no esperar más y Losada me promete que a la primera oportunidad le hablará a su amigo de mi libro. Gracias; ya veremos...

 Jueves, 5-4-2001

            A vueltas con Caja Madrid. El otro día, en una sucursal nueva de la calle Montalbán, me acerco a una apoderada “muy puesta” detrás de una mesa.

            -¿Qué desea?

            -Mire, que he marcado quince mil y me ha dado diez mil el cajero.

            -A ver, su tarjeta.

            Teclea en el ordenador y consulta la pantalla.

            -Está correcto: usted ha marcado diez mil.

            -Juraría que he marcado quince mil.

            -Es que son unas máquinas muy sensibles.

            -O sea, que es culpa del usuario, no de la máquina...

            -Es que si no se hace con suavidad...

            -¿No será  que la máquina es demasiadzo sensible?

            -No creo, y es la primera queja que tengo de este tipo.

            -Cuando usted lo dice...

            Hoy, en Núñez de Balboa, un empleado atendía alternativamente a una señora y al teléfono; la ventanilla  de al lado estaba vacía. Giré la cabeza y pude contar hasta cuatro “jefes” detrás de sendas mesas que no atendían a nadie. Me acerqué al más próximo y le espeté:

            -Parece que el servicio de esta sucursal no es muy bueno.

            -¿Por qué lo dice?

            -No tiene usted más que ver que hay una ventanilla desocupada.

            -Es que sólo hay dos personas esperando.

            -Dos personas merecen el mismo respeto que si fueran siete.

            Pronto las hubo, y allí aguardábamos sin que ninguno de los zánganos se dignase a ocupar la silla vacía. Un abuso, pero lo que más me indignó fue  que al verme que protestaba, los otros de la cola me miraban como a un bicho raro. Era el gen de la sumisión que con tanta fuerza opera en los españolitos.

 Jueves, 6-4-2001

             Comento con J. L. Suárez Emilio Castro el episodio anterior a la hora del café.

            -Caja Madrid nunca ha dado un buen servicio -alega Emilio.

            -Abusan de la pasividad de la gente.

            -Pero ningún banco te tratará mejor.

            -¡No hay derecho a hacer esperar a la gente cuando hay ventanillas vacías -protesta J.L. Yo siempre me quejo.

            -¿Y qué consigues?

            -Que se oiga, que se diga.

            -Muy bien, muy bien -aplaudo.

            J.L. y yo, tenemos un fondo de rebeldía. Emilio, veinte años más joven, tiene una filosofía de resignación.

            Le he peguntado al científico Emilio cómo traduciría él lo que los ingleses llaman “perfect flower”.

            -Flor completa.

            -Flor en plenitu d-aduce J. L.

            Le planteo después el mismo problema a Ana.

            -Flor completa me parece rosaico.

            -Y ¿flor plena?

            -Más adecuado.

            Ahora espero la respuesta de Mercedes Unamuno, especialista en Ciencias Naturales.

 Viernes, 7-4-2001

             Hoy se nos ha unido a la Tertulia de escritores y lectores, el poeta Rafael Hernández, y como otras veces, ha surgido el tema de la guerra y la posguerra. Para Eduardo Valenzuela, su infancia en Orense, que estaba en zona “nacional”, fue una época feliz. Y como estos son los que ganaron allí se siguió viviendo bajo el mismo régimen.

            -Mi familia era muy de derechas y yo nunca me planteé que las cosas tenían que ser de otra manera.

            -¿Y cómo encajasteis el paso de la Monarquía a la República?

-Pues mal, como una anomalía.

Extraordinario: Eduardo ha vivido casi toda su vida en una sociedad y bajo un régimen con el que estaba de acuerdo.

            -Lo peor fue en los primeros años de la posguerra, cuando el racionamiento.

            El caso de Pepe Lamadrid es muy diferente.

            -Yo pasé la guerra en un pueblecito de Badajoz, y allí no nos faltó de nada. Nos protegió un tío mío, militar del ejército republicano. La posguerra significó pasar de bien a mal, y eso se soporta fatal.

            Sin embargo al padre de Pepe lo mataron los “rojos”.

            -Era falangista, un fervoroso de José Antonio. Se alistó en el ejército de la República con la intención de pasarse al otro bando, pero no le salió bien.

            -Sería un golpe tremendo para ti la muerte de tu padre.

            -Figúrate. Y recuerdo a mi madre que vino toda pálida y descompuesta de la visita a un depósito de cadáveres para encontrar a mi padre.

            No lo encontró. Pero Pepe cuenta esta tragedia con total desapasionamiento y sin rencor. En otras ocasiones me ha hablado de contratiempos y fallos de salud sin perder nunca la sonrisa.

            Rafael pasó la guerra en Madrid, en un medio familiar muy humilde, deduzco. En el franquismo se hizo del partido comunista. Tuvo actividad clandestina y sufrió arresto, golpes y prisión-por tres años, me parece.

            -Yo entonces tenía un valor moral enorme... Me sentía protegido por una organización, es verdad... Era un idealista, quería la revolución...

            Sábado, 8-4-2001

             Hoy, paella con la que Ana ha agasajado a Elina y a sus dos amigas finlandesas de visita en Madrid.

            -Este es un plato típicamente español que la mayoría de las familias españolas comen los domingos-les ha informado Ana muy orgullosa.

            Elina le ha hecho los honores. La amiga Tin, no tanto. Y la tercera, la jovencita, ha estado todo el tiempo jugando con el cuchillo y el tenedor. Habrá pinchado unos seis granos de arroz. Luego se ha tirado a la ensalada.

            -Esta es la típica anoréxica- piensa Ana.

            Está normalmente delgada, pero se ve que aspira al fideísmo.

            Las otras dos, en cambio, están rebosantes. Y la manera de comer -sobre todo de las visitantes -es típicamente americana. Se sientan tiesas contra el respaldo, despedazan y pinchan los trocitos con parsimonia exasperante.

            Todavía hay nieve detrás de Villavieja. Muchos árboles estrenan vestido, el agua corre que se las pela y toda la tierra está alfombrada de hierba. Camino hasta el polideportivo de Gascones. La laguna tiene islotes blancos y charcas verdosas. Los cinco álamos de la carretera tienen las hojas todavía muy pequeñas. Hay algunas flores amarillas desperdigadas y cantan algunos pájaros. Es como si hubiera prevención a desatar el pleno júbilo de la primavera.

 Domingo, 8-4-2001

             Ha comenzado el día sin el viento fresco de ayer y sólo apetece estar sentado al sol, hasta el punto de que Ana llega a comentar:

            -Con lo bien que se está aquí y los agobios que nos esperan en Roma.

            -Totalmente de acuerdo.

            Los pájaros se mueven por la espesura de la encina de enfrente. Me fijo en las ramitas que tiemblan y veo perfectamente a uno de pechuga blanca. Se aprende a mirar en el campo si se tiene interés. El sol da hoy a todo un baño de oro, siendo la hierba quizá la más favorecida, pero las encinas relumbran por su parte haciendo cristalitos de sus hojas. Mi paseo por la mañana es hasta el pueblo, donde El Piloto padre me saluda afable y distante.

            -¿Adónde va usted?

            -A tomar un café en el bar del pueblo.

            -Eso está bien.

            En el bar del pueblo El Piloto hijo, el carnicero, hojea una revista y charla con la dueña.

            -¿Se quedan la Semana Santa?

            -Nos vamos esta tarde.

            Entran dos chicas, piden sendas coca colas y pronto están hablando con el carnicero. Este es uno de los partidos del pueblo desde que lo abandonó la novia.

            Comida al aire libre como no podía ser menos. Todo está saturado de luz. Detrás del pueblo, el brochazo cremoso de la nieve.

            Traduciendo poesía, me he perdido mucho del espectáculo de la tarde, y ya alargan las sombras cuando empezamos a “plegar”. Después de haberle dado otra siega a la hierba Ana se pone al volante satisfecha.

 Lunes, 10-4-2001

             Preparativos de viaje; mañana cogemos el avión para Roma, que visitaremos del once al dieciséis. Compra de liras -¡Un millón! Me parece una pasada esto de que la peseta se multiplique al pasarla a liras. ¿Qué llevar de ropa? Poco, desde luego. ¿Ilusionado? No, verdaderamente. Interesado, curioso más bien. Cómo veré yo ahora a esta ciudad que visité hace cuarenta y cinco años? Iba yo de guía de un grupo de profesores de sordomudos. Fue un viaje un tanto grotesco -por las personas, claro-. Tengo apuntes sobre las incidencias, pero me temo que muy recientes. Lo bueno habría sido llevar un diario. Entonces carecía yo de la suficiente malicia literaria para eso.

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