Jueves,
22-3-2001
Qué pena da el hijo Froilán Elespe
aplaudiendo desde el balcón de su casa a los manifestantes contra el asesinato
de su padre.
En el 51, encuentro con Pepe
Pizarro, antiguo colega del turismo. Es otro de los desengañados de la bolsa.
Pepe ha vivido siempre junto a su madre, que ya tiene cumplidos los cien años y
está confinada en cama. A una compañera que le ha saludado en el autobús le
habla de los muchos gastos que origina la incapacidad de su madre.
-Podemos hacer una colecta entre
varios compañeros-le propone ella.
-No, no, por ahora me las puedo arreglar.
Me admira el gesto. La amistad puede
llegar muy lejos, y ahora que lo pienso, en la libérrima profesión de guía de
turismo barrunto que se da una gran solidaridad; sore todo entre los que se
conocen desde hace muchos años. Dice Pepe a su amiga que pronto va a salir de
una inactividad temporal para volver a guiar grupos. Siguen haciendo lo que
hacían, lo que a mí me suena a actividad de juventud.
Por la mañana mandé mi corrección de
pruebas a Juan Grima. El me habló de sacar el libro para el 23 de abril, pero
lo veo como un plazo demasiado corto. Ana se ha hecho con folletos sobre viajes
de Semana Santa a Roma. Saldríamos de aquí el 11 de abril para regresar el 16.
Viernes,
23-3-2001
Con el heraldista Paco Romero, en la
cafetería del Ateneo, hablo de lo poco desarrollado que está en este país el
mercado del libro de segunda mano. El, que tiene mucho contacto con librerías
de lance, opina que los libreros tienen una mentalidad usurera. Acaparan los
libros, los retienen, dejan que el tiempo aumente su demanda y luego los van
vendiendo a precios abusivos.
Se me ha pasado otra semana sin ir a
la tertulia de Rafael Flórez en Bellas Artes, ni tampoco a la de Amadeo Aláez
los martes en el Ateneo. Siempre he tenido mucha prevención a perder el tiempo
en las tertulias, pero últimamente más que nunca. Hoy me insistía Pepe Lamadrid
que le acompañara en la tertulia-comida del café Gijón. He rehusado después de
dudarlo. Me repelía la perspectiva de caer al lado de alguien insulso o de un
sentido del humor incompatible con el mío. Voy encontrando a la gente cada vez
menos interesante. Encuentro más entretenido enfrascarme en mis trabajos, lo
que no quita que empiece a preocuparme por aquel fallo. ¿Soy yo el que va
perdiendo sociabilidad?
-La provincia de Almería es
semidesértica-aseguro.
Pero Larios es de los que tiene
repertorio de citas.
-Sin embargo Colón escribe en su
Diario que lo que ha descubierto es “tan verde como Andalucía”.
He tomado café con Emilio de Castro,
fiel ateneísta sabatino.
-Tú fíjate que la mayoría de la
gente no hace un uso productivo de su tiempo libre-le señalo.
A partir de ahí nos enredamos en una
porfía. No hacer nada, ver pasar el tiempo, es también muy grato y puede que
necesario. Seguro, seguro, y hasta que consigo hacerle ver que la mayoría de la
gente no emplea mucho-algunos ninguno-en ocupaciones creativas, pasa un puñado
de minutos. Bueno, supongo que estas porfías, estas pequeñas discusiones son la
parte especiosa de las tertulias.
En los periódicos y la radio,
descontento porque Múgica, el Defensor del Pueblo, no ha recurrido la Ley de
Extranjería, a pesar de haber recibido 769 peticiones al respecto. ¿Tiene que
limitarse el D. P. cursar las solicitudes
que le llegan, o entre sus funciones está el rechazar las que no considere
conforme a derecho? Las críticas que he leído u oído parecen dar por supuesto
lo primero.
Jueves,
29-3-2001
-Me sabe mal abusar de los amigos
médicos.
-Por favor, no es ninguna molestia,
y además me interesa conocer tu caso.
Le cuento brevemente mi trayectoria:
operación de próstata y dos resecciones, de la primera de las cuales data mi
incontinencia urinaria. Me hace preguntas concretas sobre cómo se manifiesta
ésta y me dice que las contracciones frecuentes de la vejiga son otros tantos
deseos de hacer pis. Hay una medicina para retardar esas contracciones. ¿Por
qué no pruebo? A lo mejor es lo que me
va a mí. Una luz se enciende en mi horizonte. ¿Mejorará mi achaque, por lo
menos parcialmente? Le prometo seguir su consejo y tenerlo informado.
Pero me espera otro encuentro
afortunado esta mañana en el Ateneo. Al poeta Miguel Losada, que en el
descansillo de la escalera me ha prestado cinco pesetas para la fotocopiadora,
le pregunto:
-¿A qué editor ofrecerías tú una
antología bilingüe de poesía inglesa?
-¿La tienes hecha?
-Casi, casi.
-¿Qué abarca?
Le explico el plan de la obra y le
menciono algunos poetas.
-Conozco un editor, Basilio
Rodríguez, que puede estar interesado. ¿Has dicho que lleva también poetas
norteamericanos?
-Sí, sí, Poe, Dickinson, Whitman...
-Pero, hombre, ese libro puede dar
bastante juego. Yo se lo voy a mencionar, aunque no te prometo nada, claro...
¿Mira, puedes venir mañana aquí a las diez y media de la noche? El va a asistir
a un acto y te lo puedo presentar.
-Sí, sí que puedo.
-Pues en eso quedamos.
Antes me ha elogiado mucho la
calidad de las ediciones de Rodríguez y lo bien que está introducido en los
circuitos donde interesa la poesía, que no pueden ser muy amplios, pienso yo,
pero también es verdad que un editor es un editor...
-Hay aquí esta noche un ambiente
como de los años veinte. He oído hablar de la “Internacional”, de la
solidaridad entre los pueblos, de la disolución de la autoridad...
El que más o menos me habla así está
esperando para el recital poético en que se espera a Basilio, el editor. Tendrá
unos cuarenta y cinco años y me dice que es de una familia de exiliados que
vivió en La Argentina.
-Bergamín allá-y la mayoría de los
exiliados- creía que la España auténtica se hallaba fuera. Yo vine acá y me
encontré una democracia en el trato que entre los republicanos no existía. En
Buenos Aires los republicanos españoles estaban claramente divididos en
estamentos y clases. Pertenecían a distintos círculos y la comunicación entre
ellos no era frecuente.
-La distancia les congeló en el
tiempo. Aquí la guerra quemó muchos farolitos. La sociedad evolucionaba, aunque
el Gobierno estaba plantado en el pasado -opino.
-En efecto. ¿Usted ha estado
exiliado?
-No, pero fui un exiliado
interior-le respondo con profundo convencimiento.
Son ya casi las once y ni el recital
ha comenzado ni Basilio ha aparecido. Los editores no se prodigan.
-A lo mejor se incorpora más
tarde...
Decido no esperar más y Losada me
promete que a la primera oportunidad le hablará a su amigo de mi libro.
Gracias; ya veremos...
A vueltas con Caja Madrid. El otro día, en una sucursal nueva de la calle Montalbán, me acerco a una apoderada “muy puesta” detrás de una mesa.
-¿Qué desea?
-Mire, que he marcado quince mil y
me ha dado diez mil el cajero.
-A ver, su tarjeta.
Teclea en el ordenador y consulta la
pantalla.
-Está correcto: usted ha marcado
diez mil.
-Juraría que he marcado quince mil.
-Es que son unas máquinas muy
sensibles.
-O sea, que es culpa del usuario, no
de la máquina...
-Es que si no se hace con
suavidad...
-¿No será que la máquina es demasiadzo sensible?
-No creo, y es la primera queja que
tengo de este tipo.
-Cuando usted lo dice...
Hoy, en Núñez de Balboa, un empleado
atendía alternativamente a una señora y al teléfono; la ventanilla de al lado estaba vacía. Giré la cabeza y
pude contar hasta cuatro “jefes” detrás de sendas mesas que no atendían a
nadie. Me acerqué al más próximo y le espeté:
-Parece que el servicio de esta
sucursal no es muy bueno.
-¿Por qué lo dice?
-No tiene usted más que ver que hay
una ventanilla desocupada.
-Es que sólo hay dos personas
esperando.
-Dos personas merecen el mismo
respeto que si fueran siete.
Pronto las hubo, y allí aguardábamos
sin que ninguno de los zánganos se dignase a ocupar la silla vacía. Un abuso,
pero lo que más me indignó fue que al verme que protestaba, los otros de la
cola me miraban como a un bicho raro. Era el gen de la sumisión que con tanta
fuerza opera en los españolitos.
-Caja Madrid nunca ha dado un buen
servicio -alega Emilio.
-Abusan de la pasividad de la gente.
-Pero ningún banco te tratará mejor.
-¡No hay derecho a hacer esperar a
la gente cuando hay ventanillas vacías -protesta J.L. Yo siempre me quejo.
-¿Y qué consigues?
-Que se oiga, que se diga.
-Muy bien, muy bien -aplaudo.
J.L. y yo, tenemos un fondo de
rebeldía. Emilio, veinte años más joven, tiene una filosofía de resignación.
Le he peguntado al científico Emilio
cómo traduciría él lo que los ingleses llaman “perfect flower”.
-Flor completa.
-Flor en plenitu d-aduce J. L.
Le planteo después el mismo problema
a Ana.
-Flor completa me parece rosaico.
-Y ¿flor plena?
-Más adecuado.
Ahora espero la respuesta de
Mercedes Unamuno, especialista en Ciencias Naturales.
-Mi familia era muy de derechas y yo
nunca me planteé que las cosas tenían que ser de otra manera.
-¿Y cómo encajasteis el paso de la
Monarquía a la República?
-Pues
mal, como una anomalía.
Extraordinario: Eduardo ha vivido casi toda
su vida en una sociedad y bajo un régimen con el que estaba de acuerdo.
-Lo
peor fue en los primeros años de la posguerra, cuando el racionamiento.
El caso de Pepe Lamadrid es muy
diferente.
-Yo pasé la guerra en un pueblecito
de Badajoz, y allí no nos faltó de nada. Nos protegió un tío mío, militar del
ejército republicano. La posguerra significó pasar de bien a mal, y eso se
soporta fatal.
Sin embargo al padre de Pepe lo
mataron los “rojos”.
-Era
falangista, un fervoroso de José Antonio. Se alistó en el ejército de la
República con la intención de pasarse al otro bando, pero no le salió bien.
-Sería
un golpe tremendo para ti la muerte de tu padre.
-Figúrate. Y recuerdo a mi madre que
vino toda pálida y descompuesta de la visita a un depósito de cadáveres para
encontrar a mi padre.
No lo encontró. Pero Pepe cuenta
esta tragedia con total desapasionamiento y sin rencor. En otras ocasiones me
ha hablado de contratiempos y fallos de salud sin perder nunca la sonrisa.
Rafael pasó la guerra en Madrid, en
un medio familiar muy humilde, deduzco. En el franquismo se hizo del partido
comunista. Tuvo actividad clandestina y sufrió arresto, golpes y prisión-por
tres años, me parece.
-Yo entonces tenía un valor moral
enorme... Me sentía protegido por una organización, es verdad... Era un
idealista, quería la revolución...
Sábado, 8-4-2001
-Este es un plato típicamente
español que la mayoría de las familias españolas comen los domingos-les ha
informado Ana muy orgullosa.
Elina le ha hecho los honores. La
amiga Tin, no tanto. Y la tercera, la jovencita, ha estado todo el tiempo
jugando con el cuchillo y el tenedor. Habrá pinchado unos seis granos de arroz.
Luego se ha tirado a la ensalada.
-Esta es la típica anoréxica- piensa
Ana.
Está normalmente delgada, pero se ve
que aspira al fideísmo.
Las otras dos, en cambio, están
rebosantes. Y la manera de comer -sobre todo de las visitantes -es típicamente
americana. Se sientan tiesas contra el respaldo, despedazan y pinchan los
trocitos con parsimonia exasperante.
Todavía hay nieve detrás de
Villavieja. Muchos árboles estrenan vestido, el agua corre que se las pela y
toda la tierra está alfombrada de hierba. Camino hasta el polideportivo de
Gascones. La laguna tiene islotes blancos y charcas verdosas. Los cinco álamos
de la carretera tienen las hojas todavía muy pequeñas. Hay algunas flores
amarillas desperdigadas y cantan algunos pájaros. Es como si hubiera prevención
a desatar el pleno júbilo de la primavera.
-Con lo bien que se está aquí y los
agobios que nos esperan en Roma.
-Totalmente de acuerdo.
Los pájaros se mueven por la
espesura de la encina de enfrente. Me fijo en las ramitas que tiemblan y veo
perfectamente a uno de pechuga blanca. Se aprende a mirar en el campo si se
tiene interés. El sol da hoy a todo un baño de oro, siendo la hierba quizá la
más favorecida, pero las encinas relumbran por su parte haciendo cristalitos de
sus hojas. Mi paseo por la mañana es hasta el pueblo, donde El Piloto padre me
saluda afable y distante.
-¿Adónde va usted?
-A tomar un café en el bar del
pueblo.
-Eso está bien.
En el bar del pueblo El Piloto hijo,
el carnicero, hojea una revista y charla con la dueña.
-¿Se quedan la Semana Santa?
-Nos vamos esta tarde.
Entran dos chicas, piden sendas coca
colas y pronto están hablando con el carnicero. Este es uno de los partidos del
pueblo desde que lo abandonó la novia.
Comida al aire libre como no podía
ser menos. Todo está saturado de luz. Detrás del pueblo, el brochazo cremoso de
la nieve.
Traduciendo poesía, me he perdido
mucho del espectáculo de la tarde, y ya alargan las sombras cuando empezamos a
“plegar”. Después de haberle dado otra siega a la hierba Ana se pone al volante
satisfecha.
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